Balance y perspectivas de la victoria del 2 de abril



Hace algunas semanas, hablamos del balotaje de la elección presidencial en Ecuador como la gran oportunidad de señalar un “punto de quiebre” para el conjunto de América Latina.

A pesar de confiar en el trabajo realizado para una nueva victoria, no dejaba de preocuparnos el escenario complejo y marcado por retrocesos del campo progresista y por “sorpresas” que había signado a otros procesos electorales en la región: el avance de la derecha venezolana en las elecciones parlamentarias, el triunfo del NO en el plebiscito por la paz en Colombia, así como en la consulta por la reelección en Bolivia, la victoria ajustada de Mauricio Macri en Argentina y el golpe parlamentario en Brasil.

En ese contexto, éramos perfectamente conscientes de la dimensión regional que tenía nuestro proceso electoral.

A más de las dificultades económicas y el desgaste connatural a un ejercicio continuo de 10 años de gestión de gobierno, a más de la resistencia y oposición tenaces del entramado de poderes que nuestro proyecto político vino a desplazar para afirmar un horizonte democrático e igualitario para el país, enfrentábamos una lectura paralizante y desmovilizadora, repetida hasta el hartazgo en todo el continente y muchas veces tomada como cierta por sectores afines a nuestros proyectos: el discurso disfrazado de teoría que conocemos como “fin de ciclo progresista”.

Pero no nos dejamos caer en la modorra y el fatalismo, renovamos la apuesta por nuestras banderas históricas y, tomando nota de las experiencias de retroceso de proyectos hermanos, nos pusimos al frente de una campaña que planteó con claridad lo que estaba en juego en estas elecciones que es, ni más ni menos, lo que está en juego en todo el continente: la construcción democrática de los pueblos versus el régimen de las élites económicas y financieras.

Celebramos que el 2 de abril Ecuador no cayó en manos de esas élites. Celebramos que hemos vencido a una articulación poderosa de intereses empeñada en instalar desde la primera vuelta una narrativa pretendidamente épica -la del fraude- que acaba en farsa.

Con el reconocimiento universal de la victoria de Lenín Moreno por parte de los organismos internacionales, líderes políticos y gobiernos de la región, independientemente de su orientación, incluso de los representantes más prominentes de la derecha regional, culmina el espectáculo de empecinamiento y aislamiento del candidato banquero que no supo perder con dignidad.

La victoria de Lenín Moreno y la Revolución Ciudadana ya comienza a ser leída en la región como ese “punto de quiebre” del que hablábamos, como el punto de inflexión que anuncia la reversión de la tendencia que en los últimos dos años estuvo marcada por el avance de la restauración conservadora y neoliberal. Es una victoria que llega en un momento oportuno y que viene a darle un espaldarazo a la recomposición de las fuerzas populares y progresistas que van a dar la disputa en elecciones venideras en algunos de nuestros países.

Hacia adentro, en nuestro espacio político, pienso que, además de nuestro derecho a celebrar un triunfo que es histórico, nos debemos una lectura crítica, no complaciente, de estas elecciones. Ganamos en los distritos de mayor padrón electoral, a excepción de Pichincha: Guayas, Azuay y Manabí, pero no hemos obtenido resultados favorables en territorios donde éramos fuertes y donde se concentra mayoritariamente la población indígena y los movimientos sociales que fueron centrales en los años de resistencia al neoliberalismo.

Hoy esas regiones votaron por la derecha, y no cualquier derecha, sino la derecha más recalcitrante, lo cual, unido a otros síntomas de agotamiento e inercia, nos debe interrogar como fuerza política acerca de la relación gobierno- movimientos sociales, gobierno – comunidades, no sólo ni exclusivamente a partir de una lógica de gobernabilidad, sino desde una perspectiva política que la excede ampliamente, porque si no hay trabajo político, si se reduce el diálogo con esas bases y su protagonismo, las comunidades, pueblos y nacionalidades no actúan de manera monolítica y automática hacia la izquierda.

Y hablamos precisamente de sectores que se encuentran entre los más vulnerables frente a la amenaza real a las condiciones de vida de las grandes mayorías que representan los programas neoliberales.

El afán depredador de las élites capitalistas se constata en las cifras recientes que nos arrojan Argentina, Brasil y México. En nuestro país, las propias condiciones anteriores a la Revolución Ciudadana no constituyen una realidad definitivamente superada ni absolutamente lejana, sino que son una realidad latente que está allí, amenazante, y que puede regresar.

El Estado posneoliberal, el Estado recuperado de la Revolución Ciudadana, lo que ha hecho es equilibrar un poco la balanza. Pero tenemos un largo camino por recorrer hacia la justicia social y debemos hacerlo no únicamente “desde arriba”, sino desde la base, construyendo con ella organización y sentido. Tenemos que saber leer estos resultados en todas sus dimensiones, para poder ir más allá de nuestro electorado, para llegar a ese que también es potencialmente “nuestro” pero está descontento.

Se abre para nosotros, como espacio político, una gran oportunidad, la que todo nuevo comienzo implica. Pero no empezamos de cero, tenemos una historia detrás, un recorrido con luces y sombras, con aciertos y con errores, de los que tenemos que aprender.

Esta segunda etapa del ciclo progresista que iniciamos en Ecuador hace 10 años bajo el liderazgo de Rafael Correa y que ahora vamos a continuar con el Presidente Lenín Moreno debe, además de formular una lectura crítica de su recorrido, regresar la mirada a sus orígenes, no para la evocación nostálgica ni para las efemérides, sino para volver a cobrar impulso transformador.

Bienvenida, entonces, esta victoria que es una gran oportunidad y una esperanza para nosotros en Ecuador y para el conjunto del campo popular y progresista de Nuestra América.

Publicado en Telesur