7F: Vuelve la Esperanza



En apenas horas, las ecuatorianas y los ecuatorianos vamos a ejercer nuestro derecho a decidir el país en el que queremos vivir y el que queremos dejar a nuestros hijos e hijas. Pocas veces como en esta elección se han definido tan claramente las alternativas que enfrentamos y lo que está en juego: retomar la senda de la producción, el trabajo, la soberanía, la integración, la inversión pública y la justicia social, o continuar en la pendiente de la decadencia, la falta de horizontes y el reparto del país entre los grupos de poder.

Nunca como en estos últimos años habíamos visto de manera tan descarnada el espectáculo bochornoso de un régimen entregado de pies a cabeza a los más oscuros intereses económicos y políticos. Una minoría social revanchista, agresiva y voraz, tras la captura ilegítima de un gobierno que había sido elegido para afianzar una década de construcción y avance popular, logró articularse políticamente sobre la base de un solo interés: desplazar de la escena política al movimiento de mayor peso con el fin de interrumpir el proceso de cambio de sentido popular y progresista, y desmantelar sus logros.

Los resultados calamitosos del contubernio promovido por el “pacto anticorreísta” están a la vista: desinstitucionalización, desastre económico, desempleo, crecimiento de la pobreza y la desigualdad -lo que puede apreciarse tristemente en el aumento galopante de la mendicidad-, abandono y desmantelamiento de lo público, y sometimiento rastrero y sobreactuado del país a una geopolítica hostil a nuestros intereses como Estado soberano.

Al desastre provocado por el régimen, vino a sumarse la pandemia, que agravó el descalabro y reveló con la mayor crudeza las consecuencias catastróficas de un gobierno cuyas prioridades definitivamente estaban en las antípodas de las necesidades de la gente. La negligencia gubernamental y el sometimiento del país a la banca nacional y extranjera configuraron un cóctel explosivo que se tradujo dramáticamente en muertes evitables de hermanas y hermanos ecuatorianos que aún lloramos.

Mientras otros países de la región y el mundo ensayaban respuestas serias y a la altura de la emergencia sanitaria, Ecuador exhibía un sistema de salud colapsado y una crisis sanitaria agravada por recortes presupuestarios inconcebibles, con una injustificable ola de despidos, un desguace de la salud pública más escandaloso aún en la medida en que estuvo acompañado del más abyecto reparto de hospitales e influencias entre grupos de poder.

El corolario de esta mezcla de desidia, irresponsabilidad, perversidad y espíritu de impunidad ha sido en días recientes el comportamiento vergonzoso y descarado del ministro de Salud que ha llegado a las páginas de medios internacionales, con su direccionamiento arbitrario de las vacunas contra la covid-19 y contrario a las prioridades establecidas. Un escándalo para el que ya no tenemos palabras y que se suma a la larga lista de arbitrariedades, ilegalidades y abusos del gobierno en retirada.

Durante un cierto tiempo, el golpe de timón antipopular que produjo el viraje a la derecha y pro establishment del gobierno de Moreno, junto a la descomposición moral de unas élites carentes del más mínimo patriotismo, incapaces de proponer un proyecto de país al menos coherente y viable, y movidas por una desmesurada sed de venganza y rapiña, se tradujo en parálisis y desmoralización en el campo popular y progresista.

Hasta que llegó octubre de 2019 como un rayo en cielo sereno, para recordarnos el valor de la movilización popular, de los pueblos y nacionalidades con sus organizaciones, el retorno a las calles de jóvenes, mujeres, estudiantes, trabajadoras y trabajadores, en suma, el papel decisivo e insustituible del protagonismo popular en la historia.

Ante ese despertar, la respuesta del régimen no se hizo esperar y reveló una vez más la naturaleza de sus compromisos. Por primera vez en la historia reciente, las diferentes fracciones del poder económico y las distintas expresiones de la derecha política hicieron a un lado sus eventuales diferencias y, con el miedo al retorno del correísmo como catalizador, redoblaron su apoyo al gobierno de Moreno, recrudeciendo la ofensiva antipopular con el saldo de una feroz represión y persecución a la oposición.

La lista de obstáculos que el régimen interpuso de manera sistemática a la participación de la única oposición política es conocida y no vamos a repetirla ahora. Pese a todos los intentos por acabar con el correísmo, pese a todas las arbitrariedades cometidas por el poder con el objetivo de hacernos desaparecer del escenario político, podemos afirmar con toda seguridad y con orgullo que logramos resistir y conformar una propuesta sólida, que recoge lo más valioso de la experiencia transformadora de la Revolución Ciudadana y se abre a nuevos aportes y sectores, para liderar un nuevo ciclo progresista.

Y todo esto, en el marco de una persecución y proscripción que no han cesado y de un proceso electoral plagado de irregularidades cuyos vericuetos han despertado preocupación en el mundo.

El régimen moribundo tiene un candidato: es el viejo y conocido alfil de la banca, el del feriado bancario que provocó la incautación de ahorros de las familias ecuatorianas y la migración masiva de cientos de miles de hermanas y hermanos. Se trata de una figurita repetida que, al no despertar mayor entusiasmo en los votantes, ha levantado las alarmas del régimen. Desesperado, el bloque neoliberal no ve con malos ojos la alternativa del candidato que, al igual que el banquero, se expresa en favor de la fuga de divisas y la mal llamada “independencia del Banco Central”, ese que, desandando el camino de aquel octubre insurgente, pactó con el gobierno para garantizarle la supervivencia, entregando la lucha de sus hermanos y apoyando la persecución a la oposición política representada por el correísmo. El mismo que, en su simpática bicicleta de bambú, viene dando examen de buen alumno de una derecha disfrazada de diversidad cultural y alter/nativismo. Pero la cara cool del régimen tampoco ha logrado despegar, y éste ve ante sí un escenario de zozobra.

Por eso, hoy está más claro que nunca que existe una sola opción real para salir de este marasmo: Andrés Arauz a la presidencia, Carlos Rabascall a la vicepresidencia y asambleístas de la Lista 1 que permitan al nuevo gobierno contar con la fuerza necesaria para revertir el estado de cosas calamitoso que es el legado de estos años infames.

En horas, nomás, habrá de oírse de manera rotunda la voz del pueblo ecuatoriano harto de tanta decadencia y abandono. Ecuador va a sumarse a la ola de cambio popular y progresista que recorre el continente. Como en Argentina y Bolivia, donde las encuestas, si bien anunciaban una ventaja significativa en favor de los candidatos del progresismo, fueron ampliamente rebasadas por las victorias holgadas de Alberto Fernández y Luis Arce, también en Ecuador el pueblo va a consagrar con un triunfo inequívoco a Andrés Arauz como el presidente de la reconstrucción nacional, encargado de detener la debacle, contener y superar la crisis, recuperar el empleo y la producción y relanzar un proyecto de desarrollo con equidad, serio y coherente.

Este domingo 7 de febrero es el día de la dignidad y la esperanza, el día de la recuperación democrática de la Patria, en el que vamos a decidir nuestro destino colectivo, llevando a Carondelet a un joven de convicciones e ideas claras para que el Ecuador vuelva a tener futuro, para que las luchas históricas de mujeres, jóvenes, estudiantes, pueblos y nacionalidades vuelvan a marcar el rumbo de un gobierno para todas y todos.

El 7-F también se libra un nuevo capítulo de la causa continental latinoamericana. Porque Ecuador volverá a ser la capital de Sudamérica, retomando el camino de la unidad y la integración regional, la soberanía, el multilateralismo, el desarrollo, la educación y la salud públicas, el empleo y la producción.

¡Vamos a volver al camino de Eloy Alfaro y Rafael Correa para ponernos de pie nuevamente y construir una Patria justa, soberana y próspera! ¡A las urnas, compatriotas! ¡El pueblo vencerá!