La utopía ecuatoriana

Compañeros y compañeras

Son ya 191 años de la emblemática Batalla de Pichincha. Batalla que, de no haber quedado la simiente del feudalismo colonial y los engendros del neocolonialismo capitalista; hubiese significado el fin de la dependencia y el comienzo de la construcción de la nueva república, que ahora recién la estamos reconstruyendo.

Como en su momento dijo el gran Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre; la independencia no vale nada, si tras de ella no hay un proyecto de construcción de una nueva sociedad justa e igualitaria, en la que los cambios no sean solo de los viejos actores de la política por otros nuevos, sino fundamentalmente un cambio del libreto de la historia de vasallaje que tuvo que vivir América Latina en manos de los colonizadores. Una independencia que extirpe de raíz la injusticia, la explotación y la subordinación; y que altere radicalmente la anacrónica estructura socio económica que mantuvo a América Latina y a nuestro país en el más oprobioso atraso tecnológico y en la más anticristiana injusticia social.

Un proceso de independencia política sin una contraparte de revolución social, es solo un cambio de actores, más no de estructuras y paradigmas. Desgraciadamente, hasta el advenimiento de la revolución liberal de 1895, a finales del siglo XIX; la batalla del 24 de Mayo de 1822 no fue sino un laudable holocausto, cuya sangre derramada por nuestros héroes, devino en la savia que nutrió los ideales revolucionarios de Alfaro y que nutre también los ideales de nuestra Revolución Ciudadana.Cuando Tomás Moro escribió su obra UTOPIA en 1517; jamás se imaginó que esa ficción se convertiría en un camino para que transiten por él los grandes sueños políticos y sociales de la humanidad.

En su libro, Tomás Moro esboza un modelo en el que el fin último de la sociedad es la Felicidad Humana; una sociedad en la que, (salvo la injusta condición de los esclavos, indispensables según la filosofía oficial de aquel entonces); todos tenían derecho al trabajo, a la educación, a la salud, a la alimentación, al descanso; en suma, a la felicidad, mediante un procedimiento en el que la primera prioridad la tenían los niños, luego los ancianos, después las mujeres embarazadas, seguidas de las personas con capacidades especiales y así sucesivamente. Sociedad ideal en la que el interés de todos los ciudadanos era el bienestar colectivo, comenzando por el bienestar de los demás y solo en segundo lugar el interés individual.

En esa sociedad ideal, el enriquecimiento personal y peor el obtenido por medios ilícitos, no solo que era opuesto al interés colectivo, sino que era una acción abominable y reprendida con el máximo rigor de la ley. Y cuando en casos excepcionales, se daba esta aberración en algún individuo inadaptado a esta sociedad ideal, ésta era erradicada de inmediato en resguardo del buen vivir de toda la colectividad.

Esta es una obra que todos deberíamos leer. ¡Cuánto se adelantó Tomás Moro a las sociedades que ahora tratamos de construir! Acaso por ello, este gran pensador inglés fue abominado en su tiempo y por esta y otras razones decapitado; pues una sociedad tan ideal solo es posible constituirla luchando contra las fuerzas sociales, políticas y económicas que gobiernan las sociedades reales, fuerzas que históricamente han negado la emancipación de los pueblos.

Desde ese entonces, la palabra Utopía ya no es el nombre de esa mítica isla cercana a Amauroto, ni tampoco el patronímico derivado de Utopo, su constructor y conquistador. Utopía es esa fuerza incontenible de millones de hombres y mujeres que luchan, cada cual en su tiempo y en su espacio, por la construcción de colectividades más justas y más igualitarias, formaciones sociales, modos de producción o estructuras que buscan la justicia social y la felicidad de la especie humana, allí donde precisamente no existen condiciones para la realización de ese sueño.

Seres humanos que sacrifican su vida por conquistar estados integrales para toda la sociedad, aunque para ello deban desafiar a las fuerzas perversas que se oponen a esta noble causa.

Claro que esta bella metáfora de Tomás Moro debe haber molestado a los señores feudales de aquel entonces. Debe haberles irritado. Este sueño debe haberles parecido una herejía, una blasfemia que trastocaba las leyes humanas y más las que ellos concebían como divinas. Para los enemigos de Utopía, lo práctico es dejar las sociedades tal como están, no cambiar nada, peor aún invertir el orden de las cosas, por ejemplo el orden de la pirámide social cuyo vértice minoritario siempre debía, según ellos, estar arriba, pues en su astuta ideología, ese orden era un orden divino. El pueblo, la plebe, los vasallos abajo y los poderosos siempre arriba.

Poner las cosas a la inversa era un sacrilegio religioso y una subversión política. El mirar la sociedad con ojos alternativos, era evidenciar que los creadores de la riqueza de las naciones siempre fueron los trabajadores; pero paradójicamente, en nuestras sociedades signadas por el poder económico, los productores de la riqueza siempre carecieron de ella, fueron eternamente los más pobres, mientras que las clases ociosas vivían opulentamente apropiadas de los bienes materiales y culturales generadas por los pueblos a través del trabajo.

Para Eloy Alfaro, cuyo pensamiento y acción es paradigma de la Revolución Ciudadana, impulsar el desarrollo mediante la integración regional y la industrialización fue una utopía que no debía tener contradictores, mas ese sueño histórico, desde sus inicios tuvo enemigos y escollos de orden político, económico e ideológico, aparentemente imposibles de salvar.

Esos enemigos eran la burguesía agro exportadora de la costa y la aristocracia serrana, la cúpula de la iglesia retardataria y el monstruo ideológico enquistado invisiblemente en los medios de comunicación de aquel entonces, socavando la conciencia de la desprevenida población, que creía ingenuamente que los poderes mediáticos de la iglesia y de las otras instituciones del estado, eran imparciales y veraces.

Los cambios que Alfaro impulsó en procura de convertir en realidad sus ideales irían a beneficiar el desarrollo económico del país y el mejoramiento de las condiciones de vida de la población, de nuestra soberanía, beneficios impensables el uno sin el otro, Sin embargo, la ínfima minoría dominante apropiada de las riendas del estado, frustró en parte esos sueños mediante aquella nefasta hoguera bárbara, atizada por el poder mediático con el auspicio de invisibles manos imperiales que ahora tratan de interferir en ese proceso alfarista que queremos culminar, como antesala de la construcción de la sociedad del Buen Vivir.

Pero las utopías nunca mueren. Pueden asesinar a todos los utópicos y las utopías seguirán allí. O como decía Neruda: «Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera». Las utopías seguirán allí como los horizontes; seguirán con nosotros, así como nuestra esperanza.

Ahora ya está en camino esta Revolución de los pobres, de la patria dispuesta a construir en la realidad la sociedad del sumak kawsay. Quienes ahora se rasgan las vestiduras diciendo que el proceso actual está atropellando la democracia, se olvidaron de pronto de que fueron ellos quienes, haciendo abuso de ella, expulsaron a tres millones de ecuatorianos que ahora hacen cola en la fila de la esperanza para retornar.

El Feriado Bancario y la sucretización de la deuda no fueron sino el puntillazo con el que se asesinó la esperanza de millones de ecuatorianos. Esos ecuatorianos que para apoyar a su país, ahorraron de centavo en centavo en bancos nacionales; mientras que sus banqueros expatriaban sus capitales a paraísos fiscales, pues quien sabe si tenían ya en mente apropiarse de los ahorros de los ecuatorianos.

Y esos heroicos hermanos exiliados, sin rencor alguno para con sus agresores económicos, enviaban día a día sus remesas de dólares con las cuales no solo salvaron la dolarización, sino que salvaron a los propios bancos gracias al sacrificio de su trabajo en el exilio.

Desde hace 6 años que eso ha cambiado, hoy Ecuador es una patria nueva y soberana. Esa utopía que vislumbrábamos se está haciendo realidad. Ahora en nuestro país existen menos pobres, pero no solo eso; poco a poco, la pobreza extrema de tragedia nacional se va transformando en un triste recuerdo del estado caótico en el que nos dejó el neoliberalismo y los gobiernos de turno.

En este mismo período se ha logrado rescatar del mercado de trabajo a casi medio millón de niños. Estos niños que, en flagrante inobservancia de sus derechos humanos, el sistema partidocrático los obligó a trabajar antes de tiempo para sobrevivir y para sobrevivir a sus familias. Esos niños ahora, en su gran mayoría, asisten a la escuela y se transformaron de parias en una esperanzadora promesa que dará sostenibilidad la Revolución ciudadana.

Hace seis años, la polarización económica de nuestra sociedad era una siniestra caricatura del reino de la desigualdad que padecimos. En este corto período, la aspiración de reducir la brecha entre ricos y pobres que fue una utopía, ahora empieza a ser realidad. En este breve período se ha bajado en siete puntos esta brecha entre ricos y pobres, lo que es un claro indicio de acierto del plan económico de este proceso revolucionario apoyado por la toma de decisión política y normativa de la Asamblea Nacional.

Aunque hemos caminado a trancos en este corto período, aun las causas de la desigualdad y de la pobreza que son estructurales siguen ahí. Es que esas causas se gestaron no en una década, ni en dos, ni en tres. Se gestaron en 500 años de colonialismo y neocolonialismo, en dos siglos de vida republicana capitalista y en un cuarto de siglo de neoliberalismo. Por eso constituye un reto histórico que, en tan solo seis años de historia y teniendo una obsecuente oposición del poder económico y de su poder ideológico-mediático, la Revolución Ciudadana haya podido reconstruir la patria mancillada en todos estos y otros aspectos; reconstruirla con alta calidad humana, con alta eficiencia técnica administrativa y sobre todo con alta certeza política, amparados en la Constitución.

Esto me hace recordar las imágenes de varios grafitis que aparecieron en las paredes de las universidades parisinas en aquél revolucionario 1968. Un grafiti decía “seamos realistas, pidamos lo imposible”, para darnos a entender en la loca semántica de la Utopía, que todo es posible cuando hay una vocación política de
servir al pueblo.

Mientras que la ideología conservadora que predominó en nuestras sociedades a lo largo de la historia se empeñó y se sigue empeñando hasta la actualidad en hacernos creer que no se puede cambiar el mundo, que no se puede mejorarlo, que las Utopías son una mentira pues el mundo está como está por decisión divina. Ese dogma del status quo, no era sino un paradigma anacrónico para inmovilizar a los pueblos y a sus dirigentes. Una ideología para convencernos que “no hay que estirar los pies más allá de lo que dan las sábanas”. Para que nos quedemos quietos, para que no caminemos, para que no soñemos, para que perdamos la esperanza en el Buen Vivir…para que abandonemos nuestro sueños.

Pero así, como la Revolución Ciudadana lo ha hecho, los países latinoamericanos ahora demostramos que es posible incluso cambiar el destino, ese destino impuesto por el sistema donde el capital busca someter a países con recursos naturales y a pueblos soberanos a su interés geopolítico. Y que, como decía otro grafiti de mayo del 68: “Lo difícil es lo que se puede hacer mañana, lo imposible lo que toma un poco más de tiempo”. Nosotros estamos haciendo lo difícil, pero también lo imposible.

De igual manera, hace 6 años los ecuatorianos pensábamos que en este país ya no se podía vivir…que era imposible prosperar, que había que emigrar a otros continentes para mejorar nuestras condiciones de vida.

Como dice la bomba del Milton Tadeo, todos en el fondo creíamos que ya “no se puede vivir en este Carpuela, porque lo que tenía se llevó el río”… el río de la corrupción, el río del feriado bancario, el de la dolarización, el río de la entrega de nuestros recursos naturales a las grandes empresas transnacionales.
Y quien más quien menos abonó aunque sea secretamente la ilusión del “sueño americano”. Ir a trabajar aunque sea en condiciones infamantes en los Estados Unidos era mejor que quedarse a vivir en este hermoso y amplio Carpuela que es Ecuador.

Ahora todos los sectores sociales y económicos tienen la oportunidad de una superación con dignidad. Tanto que nuestros hermanos con capacidades especiales, que fue la población invisible de este país, que fue la población maltratada y discriminada; ahora son los mimados de la Revolución Ciudadana, gracias a ese otro gran amante de las Utopías como es Lenin Moreno.

Y en tan solo 5 años se dignificó la vida de 130.000 ecuatorianos con discapacidades. Ellos constituyen la fuerza y la esperanza de este proceso de cambio, pues no obstante su circunstancia particular, nos han hecho ver que son unos fervientes revolucionarios de la esperanza, unos ecuatorianos extraordinarios a quienes solo hacía falta darles una oportunidad para que nos inunden de sonrisas.

Parte fundamental para sostener este proceso es la revolución educativa, la gran aspiración de tener una educación contemporánea y moderna, pertinente a los requerimientos del desarrollo nacional pero también a los estándares académicos internacionales. Una educación altamente científica y profundamente humanística, liberada de la manipulación politiquera de determinados grupos que a lo largo de nuestra reciente historia, le convirtieron a la educación en botín político. Para esto, había que cambiar este sistema educativo fragmentario, anacrónico y desarticulado de la realidad. Esta sigue siendo hasta ahora una de nuestras demandas: Transformar este país en el que todo su sistema educativo era un archipiélago por un sistema articulado y coherente.

Para ello, los recursos que antes se destinaban al pago de una deuda externa que nuestro pueblo jamás contrajo, ahora se invierten en la gratuidad de la educación. En este aspecto, la Revolución Ciudadana fue más allá: las escuelas del Milenio y el Proyecto Yachay jamás fueron soñados por alguien antes de este proceso. Sin embargo, si queremos que nuestro país sea alguna vez no solo consumidor sino productor de conocimientos, teníamos que hacer de este sueño una realidad y este proyecto al momento, le pone al país en la palestra académica mundial. Proyecto que además liberó del yugo feudal, a uno de los cantones más atrasados del país, para convertirle en ariete del discurso de la ciencia y la tecnología a nivel nacional y latinoamericano.

Nuevos vientos de independencia soplan en América Latina. Bolívar, Sucre, San Martín, Recabarren, José Martí, el “Che”, Joaquín Murieta, Tupac Amaru, y nuestras 3 Manuelas se han levantado de su lecho de utopías para inspirar nuestro camino. Y todos aquellos sueños que pensábamos que jamás se cumplirían, no solo que se están
cumpliendo, si no que nos han puesto a soñar en cosas más altas, más grandes. Ahora entendemos que no puede haber verdadera independencia económica y política si es que no existe al mismo tiempo justicia social. Ni puede haber una sociedad justa e igualitaria, si es que la patria vive maniatada con el dogal del neocolonialismo depredador de nuestra naturaleza, saqueador de nuestra plusvalía, y exterminador de nuestras esperanzas.

Esta revolución, pueblo ecuatoriano, pueblo latinoamericano quiero decirles, que recién empieza y sabemos que la fuerza de los procesos de cambio, requiere del concurso unánime de todos los ciudadanos y ciudadanas, pero requiere sobre todo de la fuerza de la juventud. La juventud tiene la ineludible responsabilidad de sostener por más tiempo las llamas de la antorcha libertaria.

Mientras tanto, seguiremos forjando en los niños mediante la educación, el espíritu patriótico que garantizará que los ideales bolivarianos del Buen Vivir no nos sean arrebatados por la farsa mediática y la partidocracia agonizante. Quién se hubiese imaginado que las mujeres, cuya lucha revolucionaria por sus derechos tiene siglos de sufrimientos, ahora hayamos logrado captar más espacios en lo económico, político, social y cultural. En esta misma Asamblea somos el 40% de sus integrantes. Pero más importante que estas cifras evidentes, es el rescate de la dignidad de la mujer trabajadora, de aquellas mujeres humildes condenadas por nuestra idiosincrasia machista a ser objetos del trabajo doméstico, cuando éste no es reconocido como otra fuente de producción.

Durante siglos estuvimos acostumbrados al trato feudal, discriminador y machista que condenaban a la mujer a las tareas invisibles de la sociedad. Como si no fuera el más duro de los trabajos en el campo levantarse madrugado a encender el fogón y hacer el desayuno para su esposo y sus hijos. Y luego dedicarse a las agobiantes faenas agrícolas; traer agua del río o de la fuente más cercana, recoger la leña, hacer las otras dos comidas para su familia, arreglar la ropa, abrevar al ganado, lidiar con las plagas de sus cultivos, en fin.

Muchas de estas mujeres, para llevar un medio más a casa, debían dejar sus comunidades para ir a trabajar en las ciudades en calidad de empleadas domésticas en condiciones degradantes; sin un salario equivalente al volumen de su esfuerzo y de sus lágrimas, sin seguro social, sin siquiera el buen trato que una trabajadora se merece. Cuántas de estas mujeres no habrán tenido también su pequeña utopía de liberarse de este rezago de esclavitud en pleno siglo XXI. Ahora, estas mujeres ya no serán esclavas nunca más, ya son por fin seres humanos en igualdad de derechos que todos y su trabajo por ley, ahora debe ser compensado con un salario digno gracias a que la Revolución Ciudadana tomó en cuenta por primera vez nuestras sencillas pero justas aspiraciones.

Y nuestra Constitución también recoge las utopías culturales. Nunca antes la cultura había tenido el valor que tiene ahora. La Revolución Ciudadana entiende que cualquier proyecto de desarrollo, sin identidad; no es sino un simple desarrollismo. Los procesos de desarrollo, cuando no van de la mano de procesos culturales, pueden convertirse en procesos depredadores de la soberanía y el patrimonio, por eso el compromiso de esta Asamblea de aprobar para el pueblo ecuatoriano la ley de culturas.

De ahí que, ese viejo sueño de Benjamín Carrión y de miles de trabajadores de la cultura que soñaron con un Sistema integral de cultura que escuche sus demandas, que las acoja, que vele por sus intereses y los intereses culturales de los pueblos y nacionalidades; ahora, no solo que es una realidad, sino que, la Revolución Ciudadana ha puesto como una de sus prioridades la revolución cultural que potencie la inmensa pluriculturalidad del país, que promueva el talento de sus artistas y escritores; pero fundamentalmente que los cambios en las matrices de desarrollo tengan como componente primordial las culturas y la cultura; pues muchos de los anacronismos que impiden los procesos de cambio, tienen que ver con las viejas prácticas culturales que nuestra población arrastra desde la colonia.

Nuestro compañero presidente Rafael Correa ha dicho categóricamente que “los cambios culturales son una tarea esencial de la Revolución Ciudadana” por ello, el Ecuador ahora ya no solo cuenta con un Ministerio de Cultura, sino con 18 Centros Culturales Comunitarios en pleno funcionamiento y se ha abierto las puertas al pueblo de 103 museos que antes servían solo para la élite.

El Ecuador ya no es un país en el que la cultura dominante excluía a las culturas populares, por mandado constitucional, el nuestro es un Estado Multiétnico y Plurinacional en el que se ha visibilizado por fin la riqueza de nuestros pueblos como parte de nuestra soberanía espiritual y del patrimonio nacional.

Por primera vez en la historia ser indio, ser negro, ser cholo, ser montubio ya no es un estigma del cual nuestros niños y jóvenes tengan que avergonzarse. Ahora es motivo de su orgullo y se puede ver como a los largo y ancho de la patria, cada ciudadano y ciudadana de diferentes etnias y nacionalidades ostentan hasta con sana vanidad su sentido de pertenencia a sus ancestros.

Estos pueblos que estuvieron aquí siglos antes de la invasión hispánica, son los verdaderos dueños de la tierra. Ellos que fueron despojados de sus utopías mediante el saqueo, el genocidio y el exterminio. Ahora por fin tenemos un proceso que está recuperando la patria, nuestra Patria, nuestras riquezas, para devolvernosla a través de programas educativos y de salud; de vialidad y de seguridad social; de desarrollo agropecuario y de turismo comunitario, respetando los iconos de su idiosincrasia, de su cultura, de su identidad, para devolvernos también nuestras utopías.

¿Y qué de la gran utopía del libertador?…
Bolívar no solo soñó en la liberación de esta América india. Soñó también en construir sobre ella una gran nación unida. Una gran nación diversa pero hermanada. Una nación en la que no existan fronteras ni físicas, ni políticas, ni espirituales, ni geográficas, ni históricas. Un continente donde impere la justicia, donde las leyes no sean artimañas de las clases dominantes para acorazar jurídicamente su dominio. Un continente sin cadenas, capaz de verse y de hablar cara a cara con las grandes potencias del mundo. No por vanidad, sino por estrategia; pues solo el desarrollo socioeconómico garantiza una duradera independencia.

Ahora, esa utopía de Bolívar, que es también la Utopía de Martí, de Mariátegui, de Allende, de Sandino, de Manuel Ugarte, de Vasconcelos, esta Utopía de Fidel, de Chávez y de Néstor, se va cumpliendo poco a poco. Nuestro país, por primera vez, ya no es una “Banana Republic”, ni parte del “Patio trasero del imperio”. Es, aunque pequeño, un David soberano que interlocuta de igual a igual con Goliat, una pequeña nación andina que habla horizontalmente con todos los países del mundo, no importa el peso geopolítico que ostenten. El Ecuador ya no es peón en el tablero del Fondo Monetario Internacional ni del Banco Mundial. Es un país con un solo mandatario que es el pueblo. Hemos roto los barrotes de la opresión para relacionarnos libremente con los países cuyos intereses coincidan con los nuestros. Y hemos tejido junto a los gobiernos y a los pueblos libres de nuestro continente, una sólida malla de hermandad política, económica, social y cultural que están logrando que las fronteras sean como dice la canción de Joan Báez, solo “puntos y rayas” virtuales en la vieja cartografía de la vieja y falsa división política de América Latina.

Nos corresponde a las actuales generaciones revolucionarias, no sólo continuar este proceso sino terminarlo de fraguar, para que nunca más nuestro continente vuelva ser colonia de ningún imperio. La CELAC, el ALBA, el Mercosur, la UNASUR, son columnas vertebrales de una nueva América Latina descolonizada. A diferencia de las viejas instituciones que solo sirvieron para desintegrar nuestra esperanza, y hoy estas instancias integracionistas son los puntos nodales de la nueva América Bolivariana que estamos construyendo en hermandad con otros pueblos latinoamericanos.

En lo que a nosotros corresponde, tememos una de las mejores constituciones de nuestro continente, pero para que ella cumpla con su papel histórico, es necesario que construyamos el andamiaje legal y estatutario desde esta Asamblea. Esta Asamblea es el arma y la herramienta de nuestro pueblo para vigilar que los postulados
de la Constitución de Montecristi no se tuerzan y sus legisladores ya no somos más los amanuenses de la oligarquía para hacer leyes a destajo en función de sus intereses, sino los depositarios de la utopía de nuestro pueblo para parir, a tono con su historia pasada, presente y futura, las leyes necesarias que inauguren el nuevo Ecuador que nuestros hijos se merecen. Ya no es el tiempo en el que los legisladores desvirtuaban su noble función tramitando partidas o leyes a destajo para beneficiar a pequeños grupos regionales. Es el momento de poner los cimientos de la nueva patria, los pilares de la Nueva América Latina.

Si bien tenemos una constitución que es la hoja de ruta de la Asamblea, la inteligencia e inspiración de todo cuando hagamos debe provenir de nuestro pueblo, de nuestras ciudadanas y de nuestros ciudadanos. Para ello, cada legislador debe fortalecer su cordón umbilical con esa fuente de inspición cívica y democrática que es nuestra ciudadanía, la de cada provincia, la de cada cantón, la de cada parroquia. Desde allí deben nacer las propuestas para que nosotros las canalicemos en este espacio, abriendo los debates que sean necesarios, siempre y cuando no sean el ardid que siempre usó la vieja partidocracia para sabotear los cambios que necesita la patria.

¡Debate sí, diálogo de sordos jamás!, ¡Debate sí, pedantería y grosería, nunca!
Nuestro pueblo no nos eligió para remendar el circo de la demagogia al que nos tuvieron acostumbrados los poderes fácticos, no nos eligió para caer bien a un determinado grupo de poder, nos eligió para dignificar esta Asamblea en la que toda propuesta, venga de donde venga, será considerada siempre y cuando sirva para apuntalar la nueva patria y no para restaurar las ruinas de ese viejo país feudal, neocolonial y neoliberal que estamos enterrando.

Y este proceso no será una ruta florida, será más bien la ruta del salmón, cuesta arriba, llena de escollos, llena de enemigos asechando detrás de la maleza para sabotearlo. De adversarios más frontales que, desde una oposición conspicua, esgrimirán sus tesis, como es su derecho y si sus tesis coinciden con las tesis de nuestro pueblo, serán bienvenidas. El debate no es solo de ideas, detrás de ellas existen intereses seculares que están en juego, los intereses de quienes vivieron a costilla del subdesarrollo, del modelo económico agroexportador y financiero que no quiere que se hagan cambios en su matriz productiva.

Pero por otro lado están los intereses de los pueblos, de los ciudadanos y ciudadanas, de los niños y de los jóvenes, de las mujeres y de los ancianos, de los indios, de los negros, de los montubios, de los cholos, de nosotros los estudiantes que queremos recuperar la patria que nos fue arrebatada, no para usufructuar egoístamente de ella; sino recuperarla para el buen vivir, para que todos los ecuatorianos, de toda condición social, de todos los rincones de la patria puedan tener acceso a él, a un estado de felicidad que aún es utópico, pues si bien es cierto que es mucho lo que se ha hecho en estos pocos años, es mucho más aun lo que queda por hacer.

América Latina y el Ecuador aún son una Utopía realizándose, construyéndose. Una Utopía y al mismo tiempo un Macondo. La tierra más hermosa y mágica del mundo, la tierra con la mayor biodiversidad del planeta y con la mayor diversidad cultural constituida, no solo por la fuerza cultural de nuestros pueblos originarios, sino por el éxodo permanente que desde hace siglos sigue recibiendo en su mágico libreto de reconstruir cada día su ficción y su historia.

América Latina y Ecuador son una poesía al mismo tiempo trágica por los siglos de opresión, pero también esperanzadora por los caminos que estamos construyendo. Somos parte de una epopeya en la que nos ha correspondido ahora ser sus gladiadores, sus amautas y sus amazonas; pues siempre fuimos tratados en ella como los villanos.

Y esta vez no vamos a equivocarnos. No vamos a arriar la bandera. No vamos a creer que el triunfo de una batalla es el triunfo de la guerra. Mientras exista un solo niño pobre, excluido de la educación, de la salud, del derecho al ocio y a la recreación. Mientras exista una familia sin trabajo y sin vivienda. Mientras exista un ciudadano desamparado de la seguridad social. Mientras existan artistas, escritores, artesanos imposibilitados de desarrollar su talento en beneficio de la patria y excluidos del bienestar material. Mientras exista un solo joven al margen del sistema educativo o del mercado laboral. Mientras exista un solo bosque amenazado inútilmente por la acción depredadora de la ambición de empresas mezquinas e inconscientes, mientras existan estos rezagos de injusticia; ¡la guerra no estará ganada!

Ganaremos batallas cada día, pero la guerra seguirá en pie y en ella estaremos los jóvenes verdaderamente revolucionarios, las mujeres verdaderamente conscientes ocupando con orgullo y dignidad las trincheras de vanguardia, siempre dispuestos y dispuestas a dar nuestra fuerza, nuestro talento, nuestra moral incorruptible al servicio de la patria. Y si es necesario, nuestra vida.

En este camino encontraremos amigos, compañeros, camaradas dispuestos a andar con nosotros esta jornada histórica. Encontraremos revolucionarios que sin decir que lo son, pondrán toda su energía para que demos el salto que la patria necesita.

Pero también encontraremos obsecuentes opositores del cambio que sin saber a qué oscuros intereses sirven, colocarán escollos en el camino con el ánimo de frenar el
avance de la patria hacia el futuro.

Pero mientras la utopía exista, nosotros los utópicos seguiremos luchando por ella y hoy, la utopía se llama Revolución Ciudadana.

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