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Ellos y nosotros: las contradicciones éticas y políticas fundamentales

Cuando discutimos de política, no podemos ser ingenuos ni fanáticos. Desde luego habrá casos que merezcan una investigación judicial, pero no podemos desconocer el entramado de intereses que hay detrás de las acusaciones contra -no casualmente- grandes artífices de la unidad latinoamericana y de la justicia social, como Lula da Silva y como Cristina Fernández de Kirchner.

Se trata de intereses económicos y geopolíticos poderosos que buscan inhabilitar, precisamente, a líderes con un amplio respaldo popular, capaces de volver a ganar elecciones y poner nuevamente en marcha procesos populares y progresistas en sus países y, con ello, con capacidad de volver a impulsar con fuerza y determinación el proceso de integración regional que hoy sufre amenazas desde varios frentes.

Un recurso para hacerlo es despolitizar el debate, reducirlo a una multitud de querellas judiciales, para desprestigiar a quienes han representado y van a seguir representando una opción soberana y popular frente a la hegemonía de las élites, el gran capital y el eje del Norte.

Recordemos que sin la actuación determinante de Lula, de Néstor Kirchner, de Hugo Chávez, no habría sido posible sepultar el ALCA, aquella iniciativa de ‘integración’ neocolonial que promovía el gobierno de Estados Unidos, en la cumbre de Mar del Plata, en 2005.

Cuando desde el Ecuador nos sumamos, con el liderazgo de Rafael Correa, a esa gran marea continental antineoliberal y latinoamericanista, nos convertimos también en objeto del ataque de ese entramado de intereses desplazados, un ataque concertado en el que los medios de comunicación hegemónicos asumen el lugar de oposición política de los procesos progresistas, allí donde esa oposición aparece fragmentada o debilitada, en un escenario en el que, en muchos de nuestros países, los aparatos judiciales operan también a partir de evidentes agendas políticas.

En ese escenario signado por la concentración mediática, la cooptación de los parlamentos por las élites y la instrumentalización política de la justicia, que consideramos las vías privilegiadas de la operación de un nuevo Plan Cóndor, nuestros proyectos políticos han enfrentado y enfrentan severas dificultades, agravadas por la coyuntura económica mundial compleja y difícil. No debemos buscar todas las explicaciones en el despliegue de este renovado plan de recolonización de nuestra América, pero no podemos desconocer esta dimensión de ‘revancha de las élites’ y políticas de realineamientos y subordinación a los intereses de la potencia tradicionalmente hegemónica.

¿Cómo no íbamos a ser objeto de ese ataque concertado de las grandes corporaciones económicas y mediáticas, si fuimos elegidos como parte de un proyecto de transformación radical de la sociedad, de sentido profundamente popular, hacia la equidad y la justicia social? Sabíamos que nos íbamos a enfrentar a poderosos intereses.

No estamos aquí para conformar a todo el mundo, pero sí a las grandes mayorías.

La política implica tomar decisiones en un campo atravesado por el conflicto, conflicto de intereses: principalmente el que enfrenta a las grandes mayorías sociales con las pequeñas minorías de privilegio. Quien crea que se puede obrar desde el consenso absoluto, miente o se miente a sí mismo.

Nosotros tenemos claro de qué lado estamos: junto con las grandes mayorías y con la Patria Grande. Por eso condecoramos a Cristina Fernández de Kirchner, a la Presidenta que demostró un compromiso ético gigantesco impulsando una política de derechos humanos fundada en la memoria, la verdad y la justicia.

Mientras algunos parecen extrañar el viejo Ecuador de los años más oscuros, el que condecoró a Augusto Pinochet, el general golpista que encabezó uno de los regímenes más criminales y fue instrumento clave del Plan Cóndor de la década del 70, nosotros, en cambio, homenajeamos a la mujer que, como Dilma Rousseff, perteneció a una generación política diezmada por ese mismo plan represivo, a la mujer que fue artífice fundamental de una Argentina y de una América Latina más libre, más justa y más soberana.

Néstor Kirchner, artífice decisivo…

Quisiera compartir unas líneas con ustedes, a propósito de un acto muy significativo del que tuve el honor de participar. Junto a Ernesto Samper, secretario general de Unasur, y Alicia Kirchner, hermana del expresidente argentino y actual ministra de Desarrollo Social de su país, develamos, el pasado 2 de octubre, el busto de Néstor Kirchner en la plaza Argentina de Quito.

Acompañados por una nutrida concurrencia, junto a representantes del cuerpo diplomático, dirigentes políticos, niñas y niños de escuela y público en general, recordamos su papel en la historia reciente de la Patria Grande y su legado.

Portador de ideales latinoamericanistas desde su juventud, formado políticamente en aquellos años ’70 de efervescencia juvenil en el peronismo, en un nacionalismo popular que unía al sueño bolivariano y sanmartiniano de la Patria Grande el sueño de la justicia social, Néstor Kirchner encontró en el comienzo de este siglo un tiempo histórico en el que resonaban los ecos de antiguas batallas; un tiempo histórico vibrante en el que, al igual que esos años agitados que había vivido de muy joven, se condensaban viejas aspiraciones y demandas populares.

Esos años iniciales, setentistas, de militancia juvenil fueron sepultados dramáticamente con el golpe militar de 1976 que instauró, con la complicidad civil, particularmente de los medios de comunicación dominantes, un terror que fue instrumento de la hegemonía neoliberal. Gran parte de las compañeras y compañeros de Néstor fueron desaparecidos, torturados, perseguidos o tuvieron que marchar al exilio.

Cuando la Argentina fue conducida por sus élites neoliberales al abismo de la peor crisis de su historia, apenas iniciado el nuevo siglo, el establishment político y económico comenzó a barajar nombres de potenciales “administradores” de la crisis y de la salida de la crisis. El desprestigio de la clase política era tan enorme que la tarea no resultaba fácil.

Sus expectativas fracasaron. Las élites no lograron imponer un “gerente” de la crisis y, en su lugar, tuvieron que vérselas ante un político audaz, decidido a enfrentarse a las corporaciones y a los poderes económicos; ante un hombre dispuesto a recuperar el rol de la política y de la acción colectiva en la definición del rumbo de la sociedad.

El hombre que asume la presidencia de ese país diezmado, hambreado, con millones de personas excluídas, es un hombre decidido a reivindidar a la política frente a las corporaciones como la instancia decisiva donde se juegan democráticamente los intereses colectivos de una sociedad. En ese punto de clivaje, se encontraron el hombre y la historia.

Kirchner creía firmemente en la política, en la capacidad de definir nuestros destinos como pueblos y como naciones por medio de la acción política. Como su primer secretario general, le imprimió a Unasur un dinamismo particular.

Las ecuatorianas y ecuatorianos lo recordamos con pro

funda gratitud y cariño por su papel decisivo en el respaldo regional a nuestra democracia con ocasión del 30-S, cuando demostró, una vez más, su condición de arquitecto de la Patria Grande.

Casi un mes después de esa invervención, Néstor moría en su querida Patagonia austral, dejándonos prematuramente. Vaya nuestro reconocimiento a quien, con su determinación característica, activó todo el respaldo de la Unasur a las instituciones democráticas ecuatorianas. ¡Nigún interés por encima del voto popular! ¡Una integración verdaderamente democrática, de los pueblos! Ese es su legado, el legado que tenemos que continuar y cultivar.