Una Ley para la cultura, desde la cultura



La necesidad de una Ley de Cultura quedó establecida como una prioridad en la Constitución de Montecristi, por tratarse de un ámbito fundamental sin el cual no es posible comprender la unidad del tejido social diverso que nos identifica como país.

Ser ecuatoriana significa responder a un ser nacional que se amalgama a partir de raíces muy diversas, como un universo en el que conviven expresiones de culturas ancestrales y también creaciones contemporáneas que, como savia joven y milenaria, me nutren de emociones y  pertenencia. La identidad y la interculturalidad como expresión superior de convivencia y aprendizaje son ámbitos de la cultura, como lo son también las bellas artes y las expresiones de arte popular, que crean universos simbólicos en los que nos vemos a nosotros mismos en el reflejo ético y estético que asumimos como propio.

La soberanía es un concepto cultural desde un inicio, porque no podemos imaginar un Ecuador sin su cultura, por eso la Constitución determina como un deber del Estado el cuidado de la memoria y el patrimonio, así como el fomento de las expresiones culturales y artísticas, para integrarnos en la globalidad con voz propia como país, con toda nuestra diversidad maravillosa, y no sucumbir ante el marketing globalizado que genera estereotipos no de identidad, sino de consumo.

El tratamiento de la Ley de Cultura se ha demorado, tal vez por lo amplio y diverso del ámbito, pero en este período legislativo asumimos el compromiso de cumplir con este mandato constituyente, para producir una normativa que garantice los derechos culturales de la ciudadanía, de los pueblos y nacionalidades, y también los derechos de los trabajadores del sector de la cultura, el patrimonio y las artes.

Una ley de esta naturaleza exige necesariamente un tratamiento colectivo, coherente con la política de puertas abiertas de la Asamblea Nacional que presido; y es por eso que además de la Consulta Prelegislativa, realizada en el 2009, el último año hemos propiciado diálogos abiertos con el Ministerio de Cultura, la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión y diversos representantes del sector de la creación, la promoción y la gestión cultural, para impulsar un análisis profundo y lograr una Ley de Cultura sustentada en acuerdos, entendiendo que la cultura es el ámbito superior que nos abarca y sus temas no pueden agotarse con una Ley, porque sus horizontes son infinitos en tanto se corresponden al avance de las sociedades y la humanidad.

No se trata de una meta de llegada, sino de un punto de partida, para empezar un nuevo momento en la vida cultural del país.

Los temas que desde la Presidencia de la Asamblea se han planteado se refieren a muy diversos aspectos, conceptuales, estructurales y también específicos. Destaco entre los más importantes: la libertad, ¡jamás control de contenidos!, como se propuso en algún momento, y a lo que me opuse rotundamente. Jamás la censura del arte, de la cultura, serán admisibles en esta Asamblea; la integración de la interculturalidad como un factor fundamental de nuestra identidad; la inclusión del libro, el fomento a las editoriales nacionales y a las actividades de lectura y escritura, que en su momento, inexplicablemente fue dejado fuera; el respeto por los derechos de autor y los derechos colectivos; reconocer el trabajo cultural y artístico como un sector productivo que aporta al desarrollo nacional; reconocer derechos laborales, el ejercicio digno de las profesiones artísticas como dice la Constitución, incluyendo el derecho a la seguridad social y el acceso a una jubilación digna para artistas y gestores culturales, que constituía una deuda que teníamos como país, con nuestros creadores.

Hoy más que nunca, las discusiones y los debates deben continuar, que las visiones sobre el amplio universo de la cultura no se limiten a sus aspectos administrativos, legales, económicos o de mecenazgo, sino que desde el sector surjan nuevos horizontes que nos impulsen como sociedad, que rompan los paradigmas de lo imposible, que la investigación tome relevancia y, sobre todo, que la hermosa, diversa y sonora voz de nuestra cultura se exprese sin límites, en la danza, la música, el teatro, el cine, la plástica, las artesanías, las industrias culturales, en los espacios públicos, para nunca olvidar que somos pueblos antiguos y modernos, creadores, imaginativos y orgullosos del país que construimos.

Porque los más profundos cambios políticos y sociales, son los cambios culturales.