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¡Unidad en la diversidad, unidad para vencer, unidad para revolucionar!

A horas de la Convención Nacional de la Revolución Ciudadana, es importante preguntarnos, ¿qué es lo que hemos aprendido y qué es lo que debemos desaprender?

Quienes por años hemos cumplido el papel de dirigentes, estamos orgullosas y orgullosos y guardamos gratitud profunda con nuestra militancia que ha permanecido firme en los momentos más complicados, presente en las buenas y en las malas, una militancia que en estos años ha resistido los ataques más crudos, que jamás se vanaglorió en las victorias y supo entender las derrotas. En este largo recorrido, muchos abandonaron nuestras filas por la ambición o presos de su propia cobardía y, quienes nos quedamos en esta orilla correcta de la historia, no solo aguantamos la traición, sino también una infame persecución política, mediática y judicial; sin embargo, y a pesar de todo lo que hemos tenido que sortear seguimos siendo la fuerza política más importante del país y es lo que debe motivarnos para seguir adelante siempre pensando cómo desde la organización, serle útil a nuestro pueblo.

Es vital hacer memoria de nuestro recorrido, hacer memoria de nuestras luchas y reivindicaciones, hacer memoria de los errores cometidos. Menciono esto, porque un proceso organizativo como la Revolución Ciudadana necesita tejerse de coherencia hacia dentro, no podemos ser amnésicos y desmemoriados, para estar aquí debimos batallar mucho, caminar hacia delante sin odio, con alegría y firmeza,  pero sin olvidar los duros momentos atravesados, sin olvidar que hace cuatro años perdimos Alianza PAIS, nuestra organización política arrebatada por el régimen de Moreno, no podemos olvidar que el Consejo Electoral manejado por las mismas personas que destrozaron y siguen destrozando  a nuestro país, utilizaron todas las mañas para proscribir a nuestro movimiento y neutralizar a las principales figuras del correísmo, empezando por Rafael Correa judicializado por vergonzosos montajes políticos, o nuestro vicepresidente Jorge Glas, el primer preso político, o los asilados, exiliados y todos quienes hemos vivido junto con nuestras familias episodios nefastos de una política del terror. 

Enfrentamos cuatro años muy complicados y nos mantuvimos como la principal fuerza organizativa del país, cuatro años de marcar línea firme frente a las políticas neoliberales del gobierno, cuatro años de criticidad hacia afuera y hacia adentro. Enfatizo en este punto, la criticidad es un principio necesarísimo en la construcción política, social y partidaria, es lo que nos permite evaluarnos como dirigentes, como militantes, como proyecto político. Criticidad para construir con perspectiva histórica.

Desde afuera he seguido ciertas expresiones vertidas en las redes sociales, sobre valoraciones realizadas a quienes asumieron y asumen un rol importante en este nuevo momento. Todos tenemos el derecho a expresarnos, pero hay que tener cuidado de ahondar en discursos sectarios o sin profundizar el contexto y la realidad actual, eso solo alimenta a las intenciones carroñeras de quienes quieren ver exterminado al proceso político más importante del Ecuador en el siglo XXI.

Nuevo momento ¡Sí! Después de cuatro años, ¡tenemos partido! pues venimos de un proceso de alianza para la elección seccional del 2019 y para la presidencial de abril pasado, y ahora en nuestra Convención Nacional, vamos a la aprobación de documentos re fundacionales de lo que fue Compromiso Social y hoy se convierte en nuestra organización, documentos que brotan de los aportes militantes de la patria toda, junto con la elección de la directiva que toma la posta en la tarea de conducción.

Entonces, es momento de mantener la memoria viva, es momento de ratificarnos en el camino de la Revolución, de ratificarnos como una fuerza política con la capacidad de comprender las nuevas dinámicas sociales y organizativas, dando la necesaria batalla de las ideas y de la organización popular. No solo somos nosotros, son nuestras familias, la sociedad que demanda una organización política que responda a sus expectativas, mucho más con la debacle en la que convirtieron a la Patria. El objetivo es mayor, por lo tanto, nuestro pensamiento y acción deben serlo, eso nos demanda sensatez, madurez, convicción y profunda pasión.

Como una militante más, confío plenamente en la conducción de Rafael y Marcela, junto con Paco, David todas y todos los que asumirán la responsabilidad de la organización, de la formación política e ideológica, de las relaciones y alianzas territoriales; serán las que nos preparen para nuevas y mayores conquistas; sin perder de vista el horizonte Patria y nuestra maravillosa integración latinoamericana en permanente construcción.

Vamos en unidad, coherencia y valentía a la Convención Nacional, vamos a la tierra de Alfaro, a la tierra de la Constitución de Montecristi, al bastión de la Revolución.

¡Viva la Revolución Ciudadana carajo!

De acuerdos y de alianzas. Apuntes para la reflexión.

Los últimos acontecimientos de la política nacional ponen en primer plano la necesidad de una comprensión más acabada de lo que significa una política de alianzas, de sus alcances, dimensiones y efectos. Si prestamos atención a los diferentes comentarios publicados en redes sociales por parte de militantes o simpatizantes de la Revolución Ciudadana, no tan distantes en el fondo de otros sectores de la ciudadanía indignados tras los acuerdos y desacuerdos recientes que tuvieron lugar en la Asamblea Nacional, se hace evidente la necesidad imperiosa de potenciar los procesos de formación política, no sólo para reafirmar principios y una orientación ideológica clara, sino también para alcanzar una comprensión de la coyuntura -del momento político y de las necesidades que éste impone- más ajustada a la realidad, menos abstracta, más situada en la complejidad del presente que enfrentamos.

Leímos y escuchamos impugnaciones en las que la intención de alcanzar acuerdos muy puntuales con uno de los sectores históricamente más antagónicos al progresismo se confundía con la idea de una alianza política, dándose a entender una inconsecuencia ética y política. 

A lo largo de la historia, en escenarios muy disímiles, acuerdos entre diferentes sectores políticos han jugado un papel decisivo y no siempre éstos se dieron entre los considerados “aliados naturales”. Pareciera una obviedad, pero creo que es necesario volver a señalarlo: la legitimidad de los acuerdos no se limita a aquellos que se celebran entre espacios políticos afines, sino que se extiende a aquellos que son rubricados entre fuerzas abiertamente hostiles entre sí, enfrentadas incluso por visiones del mundo irreconciliables.

Así, sectores abiertamente enfrentados, ubicados en las antípodas unos de otros, en ocasiones han debido sentarse y negociar; acordar, al menos, algunos elementos para continuar sus respectivas luchas sobre nuevas bases o escenarios diferentes.

Los acuerdos deben juzgarse fundamentalmente por sus contenidos, por las consecuencias que encierran y los escenarios que abren; no tiene sentido denunciarlos por el mero hecho de quiénes son sus protagonistas. En los años ‘80, Nelson Mandela aún desde la cárcel negociaba con la minoría blanca de los afrikaners, en el poder, el fin del régimen racista del apartheid. Nadie podría haberle cuestionado al general Omar Torrijos haber entablado negociaciones con el presidente norteamericano Jimmy Carter para la recuperación de la soberanía panameña sobre la Zona del Canal.

En nuestro país, la Consulta Popular de febrero de 2018 representó la articulación de una gran alianza de grupos variopintos pero unidos por una ambición compartida: la famosa “descorreización”. De ahí nació el trujillato, músculo ejecutor de la desinstitucionalización acelerada, base para el cometimiento de inconstitucionalidades y violaciones de derechos humanos en cadena, con la feroz represión de octubre de 2019 por parte de la fuerza pública como corolario.

Insisto, lo que hay que ponderar al momento de juzgar acuerdos y alianzas son sus contenidos, sus consecuencias, qué es lo que está en juego. Y no, no cualquier acuerdo es válido, no cualquier alianza es legítima. El fin no justifica los medios. Los acuerdos políticos no pueden estar aislados de la ética y los principios elementales que rigen en un movimiento o agrupación política.

Luego de las elecciones del 11 de abril, tras su primera derrota electoral, la Revolución Ciudadana como tendencia política necesitó sentarse en una misma mesa con otros sectores, entre ellos sus máximos antagonistas en la esfera de la política nacional.

Los primeros acercamientos fueron, en efecto, con aquellos que muchas veces son considerados en el imaginario político como nuestros “aliados naturales”, o son vistos como ideológicamente más cercanos: la Izquierda Democrática y Pachakutik, con la idea de trabajar en una agenda programática común capaz de frenar la profundización de medidas antipopulares que pudieran tratarse en la Asamblea Nacional. Pero -y esto es muy importante tenerlo presente- esos “aliados naturales» son los que en la legislatura saliente votaron por leyes absolutamente antipopulares, como la mal llamada “Ley de Apoyo Humanitario”, o los que acaban de asumir sus curules y en octubre de 2019 pactaron con el gobierno de Moreno, dejando a un lado no solo los reclamos del propio movimiento indígena y sectores populares, sino dándoles la espalda a las familias de los asesinados y de los mutilados.

Entonces, cuando pensamos que podíamos ir más allá de la lógica correísmo / anticorreísmo, nos encontramos con el obstáculo de que lamentablemente pesa más la agenda que persigue el aniquilamiento político del correísmo que la mirada que se requiere para alcanzar un acuerdo progresista de bases amplias que nos permita enfrentar a las fuerzas más conspicuas de la derecha, sentando las bases de ese frente amplio progresista que el país necesita y que espera una gran parte de la población que votó por una propuesta alternativa a la continuación del neoliberalismo.

Cerrada esa posibilidad, y no por falta de vocación de nuestra parte, sentarnos a la mesa con quienes históricamente han sido naturales antagonistas del proceso de la Revolución Ciudadana y de la izquierda en general se justifica en la necesidad imperiosa que tiene el país de recuperar el estado de derecho, la independencia judicial, la universalización y gratuidad de la vacuna contra la covid-19, la recuperación del sistema educativo público y la conformación de la Comisión de la Verdad de la mano de organismos internacionales, como en campaña electoral lo propuso el nuevo presidente Lasso. Una agenda mínima que, bajo ningún punto de vista, compromete los principios políticos, éticos ni ideológicos, en los que está claro que nos separan diferencias abismales, públicas y evidentes.

Cualquiera de los escenarios, de concretarse, hubiera sido mejor que el bochornoso espectáculo que hemos presenciado en estos días en la Asamblea Nacional, la mediocridad en el manejo parlamentario y el reparto de la Patria que se ha convertido en un festín para los medios de comunicación. Así, lamentablemente, iniciamos un nuevo periodo de gobierno con las mismas taras de ingobernabilidad que las de su antecesor, con una democracia en decadencia y una agenda que responde a los que controlan y manejan el poder económico.

Ante este laberinto político, quienes militamos en el proyecto de la Revolución Ciudadana liderado por Rafael Correa debemos buscar la forma de recomponer nuestro espacio para mejor servir a nuestros compatriotas, sintonizando con las demandas populares y atentos a las nuevas dinámicas movilizadoras.

Es momento propicio para repensar nuestro rol como militantes y como estructura política, definir el tipo de organización que queremos. La renovación política no solo debe venir acompañada de nuevos rostros sino de nuevas ideas movilizadoras.

Venimos de un proceso histórico que nos deja grandes experiencias positivas, hicimos lo que teníamos que hacer, quizá no tanto como hubiésemos querido, pero logramos transformar la vida de cientos de miles de familias ecuatorianas. Como movimiento seguimos siendo la primera fuerza política del Ecuador y por esa razón nuestra responsabilidad es aún mayor. Un revés político tiene que ser también un aprendizaje que nos exige correcciones y ajustes. 

En estos tiempos difíciles que vivimos como país, se hace imprescindible fortalecer la organización interna, ampliar la base social de nuestra fuerza y eso solo lo vamos a lograr con objetivos claros que respondan a las grandes necesidades y demandas de nuestro pueblo y las nuevas generaciones. Hay que generar nuevos espacios de militancia, pensando también en quienes buscan lugares alternativos  de participación.   

El camino que tenemos por delante no es fácil, pero representa un desafío inexcusable: revitalizar el proyecto de la Revolución Ciudadana, con fidelidad a nuestra historia y con apertura a lo nuevo y lo distinto, conjugando lealtad y renovación.

Lealtad y renovación, insisto, dos ideas que a menudo se presentan, equivocada o engañosamente, separadas y que para nosotros deben marchar juntas.

Lealtad a nuestra causa, a nuestra historia, a los orígenes que marcaron a fuego nuestro compromiso e identidad, a nuestro liderazgo estratégico. Renovación, no sólo de rostros, sino, fundamentalmente, de formas y lenguajes, de praxis política; no sólo la presencia de rostros jóvenes, sino una verdadera posta generacional, una participación protagónica que nos aporte vitalidad y proyección al futuro.

El desafío está planteado. La Revolución Ciudadana debe recrearse para convocar con éxito a la gestación del más amplio frente político y social que vuelva a plantear en Ecuador un horizonte de cambio de sentido popular y progresista.

¡Entre todas y todos, con humildad y patriotismo, lo vamos a lograr!

Ecuador: Segunda vuelta con trascedencia regional

Artículo para Revista Tercera Posición del Partido Justicialista de La Plata, Argentina.

El próximo 11 de abril, Ecuador enfrenta la segunda vuelta de un proceso electoral tras superar todos los obstáculos y arbitrariedades de una sistemática persecución contra quienes hemos liderado el proceso de la Revolución Ciudadana. Las fuerzas del campo popular y progresista reunidas en torno a la candidatura de Andrés Arauz, lograron alzarse con el primer lugar, alcanzando el 32,72% de los votos, seguidas por el tradicional representante de la derecha, Guillermo Lasso, con un 19,74%.

La confrontación de modelos aparece nítida. Por un lado, el joven candidato nacido en la Revolución Ciudadana liderada por Rafael Correa, que fue parte del proceso de transformación democrática más importante vivido por el Ecuador en su historia reciente, desempeñándose entre otras funciones al frente del Ministerio Coordinador de Conocimiento y Talento Humano. Andrés Arauz tiene ahora el desafío de ampliar la base electoral del frente Unión por la Esperanza, cobijando una confluencia progresista con todas las posibilidades de crecer. Por el otro, el tradicional exponente de la derecha neoliberal y emblemático representante de la banca, Guillermo Lasso, que va por su tercer intento presidencial y que ha sido aliado del gobierno saliente.

Una singularidad de estas elecciones está dada por el hecho de que el oficialismo, cumplida su tarea restauradora de los privilegios y de revancha de las élites, urdida bajo el mantra obsesivo de la “descorreización”, que funcionó estos casi cuatro años como consenso explícito del bloque de poder, en sus últimos días reporta los peores indicadores de aprobación que cualquier oficialismo haya tenido en la historia del país y, por lo mismo, fue incapaz de presentar una candidatura propia, apostando todas sus fichas al banquero, que junto a la otra expresión de la derecha, la más tradicional representada por el Partido Social Cristiano, han cogobernado con Moreno.

Al igual que en otras sociedades latinoamericanas, Ecuador vive una polarización política cuyos contornos conviene matizar. Por un lado, como se vio en la primera vuelta, un considerable porcentaje de votos se dirigió a otras opciones, sin encajar estrictamente en el clivaje correísmo/anticorreísmo. Pero también porque hay otra polarización, menos ruidosa y más estratégica para nuestro destino como nación que es la que enfrenta a las grandes mayorías frente a una casta social y política vetusta

Sobre esta base, desde el correísmo tenemos el desafío enorme de tender puentes con otros sectores del campo popular y progresista para ratificar este 11 de abril la victoria del pasado 7 de febrero (primera vuelta) y robustecer el frente político y social de cara a la posesión y cambio de gobierno el 24 de mayo 2021 y, a lo que viene luego, cuando Andrés Arauz y Carlos Rabascall asuman como Presidente y Vicepresidente de un nuevo Gobierno nacional, popular, progresista, ¡y, latinoamericanista!

El balotaje ecuatoriano será también un capítulo decisivo de la batalla regional por la unidad, la integración y la soberanía. Estamos en pleno momento de reversión de la corriente balcanizadora y disgregadora de los esfuerzos y logros integracionistas, en un momento de cambio de tendencia que pone freno a la subordinación a agendas extrarregionales que dictó la política exterior y el Lawfare como mecanismo de aniquilamiento progresista en nuestros países durante el ciclo de la restauración conservadora. Es una inflexión tremendamente auspiciosa que nos conecta con lo mejor de nuestra historia reciente: esa época de oro en la que vivimos el gran impulso regional con el auspicio de los gigantes del bloque: Brasil y Argentina, a través de los liderazgos de Lula da Silva y Néstor Kirchner y, el papel decisivo de un conjunto de Presidentes que compartían la misma convicción latinoamericanista, como Rafael Correa, Evo Morales, Hugo Chávez, Cristina Fernández y Pepe Mujica. Aquella época de excepcional efervescencia y sintonía regional tuvo como corolario estratégico la creación y desarrollo de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y el impulso a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) como hitos fundamentales. La pandemia evidencia, con dramatismo y mucho dolor, además de la necesidad de Estados fuertes y presentes en la defensa de la salud como derecho universal y no como privilegio de pocos, la importancia crucial de los mecanismos de integración para hacer frente de manera conjunta a los efectos de la crisis sanitaria y del agravamiento de la crisis económica que le subyace; para, sin ir más lejos, coordinar políticas urgentes de salud pública, como la adquisición y producción de medicamentos y vacunas.

El eje trazado por Andrés Manuel López Obrador y Alberto Fernández, uniendo los extremos de la Patria Grande en una mirada común, señala el rumbo y abre nuevas perspectivas para el conjunto de la región. Tal como ocurrió con Argentina y Bolivia, todo indica que Ecuador va a sumarse pronto a esta segunda ola de gobiernos nacionales y populares, que tiene ante sí la obligación de frenar el deterioro de la vida de nuestros pueblos y volver a levantar un proyecto colectivo que responda a sus necesidades y esté a la altura de sus sueños. Vamos también por una segunda ola de unidad e integración entre nuestros países, que nos devuelva la dignidad y la potencia necesaria para jugar como región un papel protagónico y autónomo en el mundo que viene.

Andrés Arauz, candidato presidencial

¡Que el 11 de abril celebremos una gran victoria para toda la Patria Grande y que Quito vuelva a ser la capital de Sudamérica! Como con sabiduría lo planteó el general Juan Domingo Perón, la alternativa de hierro para nuestros pueblos sigue siendo: “unidos o dominados”.

7F: Vuelve la Esperanza

En apenas horas, las ecuatorianas y los ecuatorianos vamos a ejercer nuestro derecho a decidir el país en el que queremos vivir y el que queremos dejar a nuestros hijos e hijas. Pocas veces como en esta elección se han definido tan claramente las alternativas que enfrentamos y lo que está en juego: retomar la senda de la producción, el trabajo, la soberanía, la integración, la inversión pública y la justicia social, o continuar en la pendiente de la decadencia, la falta de horizontes y el reparto del país entre los grupos de poder.

Nunca como en estos últimos años habíamos visto de manera tan descarnada el espectáculo bochornoso de un régimen entregado de pies a cabeza a los más oscuros intereses económicos y políticos. Una minoría social revanchista, agresiva y voraz, tras la captura ilegítima de un gobierno que había sido elegido para afianzar una década de construcción y avance popular, logró articularse políticamente sobre la base de un solo interés: desplazar de la escena política al movimiento de mayor peso con el fin de interrumpir el proceso de cambio de sentido popular y progresista, y desmantelar sus logros.

Los resultados calamitosos del contubernio promovido por el “pacto anticorreísta” están a la vista: desinstitucionalización, desastre económico, desempleo, crecimiento de la pobreza y la desigualdad -lo que puede apreciarse tristemente en el aumento galopante de la mendicidad-, abandono y desmantelamiento de lo público, y sometimiento rastrero y sobreactuado del país a una geopolítica hostil a nuestros intereses como Estado soberano.

Al desastre provocado por el régimen, vino a sumarse la pandemia, que agravó el descalabro y reveló con la mayor crudeza las consecuencias catastróficas de un gobierno cuyas prioridades definitivamente estaban en las antípodas de las necesidades de la gente. La negligencia gubernamental y el sometimiento del país a la banca nacional y extranjera configuraron un cóctel explosivo que se tradujo dramáticamente en muertes evitables de hermanas y hermanos ecuatorianos que aún lloramos.

Mientras otros países de la región y el mundo ensayaban respuestas serias y a la altura de la emergencia sanitaria, Ecuador exhibía un sistema de salud colapsado y una crisis sanitaria agravada por recortes presupuestarios inconcebibles, con una injustificable ola de despidos, un desguace de la salud pública más escandaloso aún en la medida en que estuvo acompañado del más abyecto reparto de hospitales e influencias entre grupos de poder.

El corolario de esta mezcla de desidia, irresponsabilidad, perversidad y espíritu de impunidad ha sido en días recientes el comportamiento vergonzoso y descarado del ministro de Salud que ha llegado a las páginas de medios internacionales, con su direccionamiento arbitrario de las vacunas contra la covid-19 y contrario a las prioridades establecidas. Un escándalo para el que ya no tenemos palabras y que se suma a la larga lista de arbitrariedades, ilegalidades y abusos del gobierno en retirada.

Durante un cierto tiempo, el golpe de timón antipopular que produjo el viraje a la derecha y pro establishment del gobierno de Moreno, junto a la descomposición moral de unas élites carentes del más mínimo patriotismo, incapaces de proponer un proyecto de país al menos coherente y viable, y movidas por una desmesurada sed de venganza y rapiña, se tradujo en parálisis y desmoralización en el campo popular y progresista.

Hasta que llegó octubre de 2019 como un rayo en cielo sereno, para recordarnos el valor de la movilización popular, de los pueblos y nacionalidades con sus organizaciones, el retorno a las calles de jóvenes, mujeres, estudiantes, trabajadoras y trabajadores, en suma, el papel decisivo e insustituible del protagonismo popular en la historia.

Ante ese despertar, la respuesta del régimen no se hizo esperar y reveló una vez más la naturaleza de sus compromisos. Por primera vez en la historia reciente, las diferentes fracciones del poder económico y las distintas expresiones de la derecha política hicieron a un lado sus eventuales diferencias y, con el miedo al retorno del correísmo como catalizador, redoblaron su apoyo al gobierno de Moreno, recrudeciendo la ofensiva antipopular con el saldo de una feroz represión y persecución a la oposición.

La lista de obstáculos que el régimen interpuso de manera sistemática a la participación de la única oposición política es conocida y no vamos a repetirla ahora. Pese a todos los intentos por acabar con el correísmo, pese a todas las arbitrariedades cometidas por el poder con el objetivo de hacernos desaparecer del escenario político, podemos afirmar con toda seguridad y con orgullo que logramos resistir y conformar una propuesta sólida, que recoge lo más valioso de la experiencia transformadora de la Revolución Ciudadana y se abre a nuevos aportes y sectores, para liderar un nuevo ciclo progresista.

Y todo esto, en el marco de una persecución y proscripción que no han cesado y de un proceso electoral plagado de irregularidades cuyos vericuetos han despertado preocupación en el mundo.

El régimen moribundo tiene un candidato: es el viejo y conocido alfil de la banca, el del feriado bancario que provocó la incautación de ahorros de las familias ecuatorianas y la migración masiva de cientos de miles de hermanas y hermanos. Se trata de una figurita repetida que, al no despertar mayor entusiasmo en los votantes, ha levantado las alarmas del régimen. Desesperado, el bloque neoliberal no ve con malos ojos la alternativa del candidato que, al igual que el banquero, se expresa en favor de la fuga de divisas y la mal llamada “independencia del Banco Central”, ese que, desandando el camino de aquel octubre insurgente, pactó con el gobierno para garantizarle la supervivencia, entregando la lucha de sus hermanos y apoyando la persecución a la oposición política representada por el correísmo. El mismo que, en su simpática bicicleta de bambú, viene dando examen de buen alumno de una derecha disfrazada de diversidad cultural y alter/nativismo. Pero la cara cool del régimen tampoco ha logrado despegar, y éste ve ante sí un escenario de zozobra.

Por eso, hoy está más claro que nunca que existe una sola opción real para salir de este marasmo: Andrés Arauz a la presidencia, Carlos Rabascall a la vicepresidencia y asambleístas de la Lista 1 que permitan al nuevo gobierno contar con la fuerza necesaria para revertir el estado de cosas calamitoso que es el legado de estos años infames.

En horas, nomás, habrá de oírse de manera rotunda la voz del pueblo ecuatoriano harto de tanta decadencia y abandono. Ecuador va a sumarse a la ola de cambio popular y progresista que recorre el continente. Como en Argentina y Bolivia, donde las encuestas, si bien anunciaban una ventaja significativa en favor de los candidatos del progresismo, fueron ampliamente rebasadas por las victorias holgadas de Alberto Fernández y Luis Arce, también en Ecuador el pueblo va a consagrar con un triunfo inequívoco a Andrés Arauz como el presidente de la reconstrucción nacional, encargado de detener la debacle, contener y superar la crisis, recuperar el empleo y la producción y relanzar un proyecto de desarrollo con equidad, serio y coherente.

Este domingo 7 de febrero es el día de la dignidad y la esperanza, el día de la recuperación democrática de la Patria, en el que vamos a decidir nuestro destino colectivo, llevando a Carondelet a un joven de convicciones e ideas claras para que el Ecuador vuelva a tener futuro, para que las luchas históricas de mujeres, jóvenes, estudiantes, pueblos y nacionalidades vuelvan a marcar el rumbo de un gobierno para todas y todos.

El 7-F también se libra un nuevo capítulo de la causa continental latinoamericana. Porque Ecuador volverá a ser la capital de Sudamérica, retomando el camino de la unidad y la integración regional, la soberanía, el multilateralismo, el desarrollo, la educación y la salud públicas, el empleo y la producción.

¡Vamos a volver al camino de Eloy Alfaro y Rafael Correa para ponernos de pie nuevamente y construir una Patria justa, soberana y próspera! ¡A las urnas, compatriotas! ¡El pueblo vencerá!

TOQUE DE QUEDA

Por: Luis Flores Ruales

El día anterior al 12 de octubre, a eso de las siete de la noche, Gabriela y yo regresamos a la casa donde nos esperaban nuestros dos hijos: Paulo y Martín, de 12 y 9 años y mi suegra Tatiana que estaba con nosotros en Quito sin poder regresar a Ibarra, a consecuencia del paro de los transportistas que inició el 02 de octubre 2019 en rechazo al anuncio del gobierno por la revisión de subsidios a los combustibles.

Estábamos algo cansados y afónicos, pero tranquilos de haber cumplido con la tarea militante. Esa tarde, participamos de una pequeña concentración en un barrio del sur de Quito. Junto a un grupo de jóvenes que portaban pancartas, gritamos consignas contra el gobierno de Moreno, que anunciaba las nuevas medidas económicas resultado de la firma del acuerdo de cooperación con el FMI, que condenaba a nuestro país a sufrir peores consecuencias que las de los años 80. Eran días convulsionados por las revueltas populares que se habían desatado en diferentes ciudades del país, pero que tenían mayor intensidad en Quito; ese Quito que antes de octubre permanecía apático y desganado, una ciudad adormilada, como cuando estás chuchaqui y te importa un bledo lo que pasa a tu alrededor. Así estaba Quito antes de octubre. 

Amanecimos el 12/10/19 con las redes sociales mostrando imágenes que advertían que la crisis política iniciada nueve días antes se había profundizado: al estado de excepción se le sumaría un toque de queda, algo inédito desde el retorno de la democracia. Una vecina que nos llamó a primera hora al celular nos contaba sobre los rumores que la gente expresaba en la calle: que Moreno cae porque cae, que los indios están llegando por montón, que hay detenidos, heridos y hasta muertos. Nos recomendó abastecernos debido a que las pocas tiendas abiertas estaban quedando vacías.

La mayoría de vecinos conocían nuestra posición política, y aunque muchos no la compartían e incluso estaban en las antípodas, nos guardaban aprecio y más de una vez nos habían advertido de la presencia de patrulleros merodeando la urbanización o, mejor dicho, vigilando los movimientos que hacía Gabriela. Incluso, los mismos vecinos semanas atrás habían descubierto a unos agentes encapuchados, con cámara en mano, trepando el muro contiguo a nuestra casa, que al ser descubiertos se treparon al balde de un patrullero y salieron pitados, a pesar de la llamada al ecu 911 nunca justificaron su presencia. La misma mañana, un noticiero mostraba a Gabriela y otros dirigentes políticos como principales incitadores al paro y, por ende, a la desestabilización. Esa era la versión oficial del presidente Moreno y sus voceros. La familia entró en pánico. 

Eran las nueve y media de la mañana de ese sábado y el sol brillaba en el cielo azul de Quito. El país estaba en juego y el objetivo era bajarse el paquetazo. No era el momento de una acción partidaria, las calles estaban tomadas por ciudadanos, mientras el Gobierno buscaba un preso, un muerto, algún culpable o chivo expiatorio que le sirviera para desviar la atención y enfriar las movilizaciones. Ante eso, Gabriela, Virgilio y Paola, junto a otros dirigentes, acordaron abstenerse de estar al frente de ningún plantón, para no “dar papaya” al régimen. Había que estar a buen resguardo, pues nos habían alertado que existiría una orden de detención para apresarlos infraganti. Desde la ruptura con el Gobierno de Moreno, el único movimiento político que se había enfrentado de manera directa al régimen era la Revolución Ciudadana, donde militamos. A la acción política se sumaron organizaciones sociales, estudiantes, indígenas, gremios de trabajadores, organizaciones de mujeres. Todos hartos del mal gobierno. 

En nuestro caso, como familia, y especialmente Gabriela como dirigente, después de dos años de persecución y seguimiento extrajudicial por parte del gobierno, nos habíamos acostumbrado a ciertos hechos. Ya no era extraño, que cuando salíamos en nuestro carro, un Jeep rojo del ‘98, conduciendo hacia el trabajo o a retirar a nuestros hijos de la escuela, de pronto apareciera un auto con vidrios polarizados y sin placas dando seguimiento a lo que hacíamos, incluso nos seguían a lugares por demás cotidianos, a la tienda, al mercado, nos esperaban fuera de algún lugar de reunión, incluso una vez nos tomaron fotos mientras jugábamos fútbol en el parque La Carolina y la persecución aumentaba cada vez que la bancada de la Revolución Ciudadana hacia pronunciamientos en contra del Gobierno.

Es bastante obvio como visten los agentes de la DGI, muchos se delatan solos, el canguro en la cintura, su infaltable walkie talkie y sus Ray Ban. Con los celulares intervenidos y a pesar de no tener un “plan obscuro” en mente, ni nada por el estilo, en ocasiones nos dábamos modos para hablar en clave. Esos episodios que pasamos como familia, lo aguantamos desde el día que Moreno traicionó a la Revolución y al pueblo. Sin embargo, ahí estábamos, era cuestión de resistencia, y a esa realidad se suma que Gabriela es una mujer terca, ¡muy terca! 

Cerca de las diez de la mañana, siguiendo los consejos de la vecina, Gabriela con nuestro hijo Martín se aprestaban a salir en el Jeep a comprar víveres para pasar el fin de semana en la casa. Al escuchar el motor del Jeep que demora en calentar de tres a cinco minutos, alcancé a llegar donde Gabriela, a pedirle que pase por la farmacia viendo mis pastillas, cuando Martín escuchó que había que pasar por uno y otro lado, prefirió quedarse en casa y me pidió que lo remplazara de copiloto. Gabriela con pijama y zapatillas, yo en pantalón calentador y camiseta; así salimos con la intención de volver pronto con provisiones. Pasamos una media hora de tienda en tienda, compramos pan, leche, huevos, carne, fuimos a la farmacia por mis pastillas y nos dimos tiempo para ir donde la casera que los sábados vende corvina, pargo y pescado fresco. Era notorio que en el ambiente de Quito pasaba algo, la gente en las tiendas compraba apurada lo que podía. ¡Día bueno para las ventas!, le dije a la señora del pescado. -No son días buenos para nadie, me contestó. -Véndame rápido que ya están cerrando las calles, dijo un señor que compraba una cabeza de bagre. No cabía duda, estábamos frente a una dictadura y ese Quito dormido había despertado. 

Cuando quisimos volver, el tráfico estaba colapsado. Un taxista nos dice que minutos antes cerraron la vía y que había tremenda bronca entre “chapas” y manifestantes. Faltaban pocas cuadras para cruzar la Occidental y llegar a la casa, pero era imposible. El cielo azul de Quito era surcado por culebras de humo que se desprendían de las llantas que obstaculizaban el paso en las avenidas. Intentamos ir más al norte, pero la gente se había tomado las calles y quedaban pocos lugares transitables. Aunque los medios de comunicación daban a entender que los manifestantes eran indígenas y gente infiltrada de la Revolución Ciudadana que causaba desmanes, se podía ver claramente que a la manifestación se sumaron ciudadanos de pie, artistas populares y familias enteras que salían de sus casas para apoyar el paro. Había transcurrido más de una hora y, mientras Gabriela conducía, yo me comuniqué con mi suegra para que no esté preocupada y se invente algo para que desayunen con nuestros hijos.

A la una de tarde, prácticamente era imposible llegar a la casa. Entonces, Gabriela recibió una llamada de un ex colaborador suyo de cuando ejerció el cargo de Presidenta de la Asamblea Nacional -de quien por obvias razones omito su nombre-, le dijo: “el Presidente decretará toque de queda en todo el país, apague el celular y póngase a buen resguardo, van tras de usted”. Entendimos la dimensión del mensaje, en Toque de Queda, la inmunidad de Gabriela por ser asambleísta era letra muerta, peor con un gobierno que nos había estigmatizado como “zánganos” y culpaba a los “correístas” de todo lo que pasaba.

Con el tiempo acelerado, tratamos de buscar un lugar seguro, pero había policías en todas partes. Por ahí, hallamos un sitio aparentemente tranquilo, una calle con viejos edificios alrededor que terminaba en forma de cuchara. -Aquí estamos seguros -me dijo Gabriela- solo hay que encontrar una familia que nos acoja en su casa y listo. De la nada aparecieron dos señoras cincuentonas, cada una con su bolsa de compras, pero cuando me acerqué, escuché que se quejaban de “los manifestantes y los políticos”. “¡Ojalá metan presos a estos indios vagos!”, “¡estos venezolanos tienen la culpa!”, decían, al mismo tiempo que me regresaron a ver como persona extraña a su vecindario. No tuve más remedio que volver al Jeep y de inmediato salimos de ahí.

Eran ya las tres de la tarde, habían transcurrido cerca de seis horas desde que salimos de la casa y Gabriela conducía por callejones sin rumbo fijo, nuevamente llamé a mis hijos, mi suegra les había cocinado arroz con atún y estaban tranquilos. De repente, por la ventana del carro ingresó ese olor picante y nauseabundo propio de las bombas lacrimógenas, mientras al frente pasaba un trucutú y camiones del ejército. Esos fierros con llantas dan nervios a cualquiera. La gente corría de un lado a otro. 

Tal como nos habían advertido en la llamada, escuchamos por la radio del Jeep el anuncio de toque de queda. Estábamos jodidos, casi acorralados y para colmo ya no me aguantaba las ganas de orinar, con cada movimiento brusco del Jeep me punzaba la vejiga y no hallábamos calle solitaria o árbol disponible. De a poco los manifestantes regresaban a guardarse en sus casas. Gabriela, presa de los nervios conducía rápido, en dos ocasiones nos metimos en contravía y quedaba menos de un cuarto de gasolina. Frenamos bruscamente. Gabriela se arriesgó a prender el celular y llamó a nuestro compañero Christian G., él conocía el sector, por tanto, era el único que nos podía salvar. Él nos pidió estar tranquilos y nos envió a encontrarnos con un tal “Gustavo”, un compa de su confianza, pero desconocido para nosotros. 

No sé cómo, pero logramos llegar al Parque Inglés donde nos esperaba Gustavo, un joven alto, flaco, vestido de chef, montado en su bicicleta. Apenas distinguió nuestro carro, nos guió unas cuadras hasta llegar a su restaurante. Bajamos del Jeep y entramos a su local. Primero lo primero, tenía que vaciar mi vejiga y al hacerlo sentí alivio, aunque solo me desahogué a medias porque los nervios seguían retorciéndome las tripas. ¡Moríamos del hambre! Gustavo nos calentó el mejor caldo de gallina de Quito. Gustavo es de esas personas, como dice mi hijo Paulo, “de buena vibra”. Hablábamos de lo caótico que se había vuelto todo y lo hacíamos como si hubiésemos compartido con él una vida entera. Gabriela a medio terminar su caldo de gallina aprovechó para llamar a nuestros hijos desde el teléfono del restaurante. Mientras tanto, con Gustavo fuimos a dejar el Jeep donde una vecina a pocas cuadras, a ella se le explicó la urgencia de la situación. La vecina, una señora encantadora que esa tarde había repartido algo de comida a los manifestantes, nos hizo entrar por un portón y cubrió el Jeep con telas viejas y cobijas. Los huevos, el pescado, la leche y pan, le dejé a la señora que me aceptó tras mucho rogarle. Esa fue la última vez que le vi al Jeep. ¡Puta madre, nuestro jeep! 

Regresamos al restaurante y Gabriela, que nos esperaba mirando por la ventana, intuyó que la última llamada que hicimos a Gustavo sería rastreada; con patrulleros merodeando el lugar y policías revisando las casas contiguas, sabíamos que teníamos que mudarnos. Pero con toque de queda encima, era complicado. Pensamos en algunas alternativas. Gustavo hizo algunas llamadas, pero había mucho riesgo. Además, supimos que uno de los objetivos de la ministra de Gobierno, María “Bala y Plomo” como fue apodada durante esa jornada, era ver a Gabriela y a otros dirigentes en la cárcel. Sin ninguna otra alternativa, la única posibilidad era acudir donde nos habían dicho meses atrás que teníamos las puertas abiertas. De inmediato Gabriela llamó a Daniel Tovar, un amigo entrañable que convivió con nosotros desde el 2013 y que regresó a su país México en el 2018, para ganar el gobierno con AMLO.

En la Embajada nos esperaban en cuarenta y cinco minutos. ¿Pero cómo llegar hasta ahí? La distancia entre el restaurante de Gustavo y la Embajada de México en Quito es de 6.8 kilómetros. Con las calles cerradas, la policía persiguiéndonos y en toque de queda, cualquier persona fuera de sus casas era sospechosa, un relajo todo. Gustavo propuso un ingenioso plan. De casa en casa conseguimos dos bicicletas y más la de Gustavo teníamos en que movilizarnos: a una tuvimos que inflarle la llanta con una bomba vieja que no sé de dónde salió. Nos camuflamos con cascos encima de gorras y nos cubrimos el rostro con pañuelos. Estábamos listos para pedalear. Lo que no alcanzamos a conseguir fue un pantalón y zapatos para Gabriela por lo que tuvo que pedalear en pijama y zapatillas. 

Pasamos cerca de grupos de policías y militares, éramos una pequeña caravana de fugitivos de la dictadura de Moreno, sí, eso éramos, unos perseguidos políticos. Gustavo fue adelante como avanzada, se paraba en cada esquina y con uno de sus brazos nos hacía la señal de continuar o cambiar de ruta, le seguía Gabriela que pedaleaba sin regresar a ver, como alejándose de historias pasadas y al final yo, con la adrenalina encima y sudando pepas. A pocos metros y al grito de ¡llegamos! Fuimos recibidos por Ricardo, nuestro contacto de la Embajada. Estábamos dentro. 

Aunque la gente en la Embajada era muy amable y nos daba seguridad, la nostalgia de no estar con los nuestros afuera era evidente, pero estábamos conscientes que la persecución del Gobierno no iba a parar. Ricardo Pérez, un joven agregado diplomático, junto a Eva Luna nos dieron indicaciones y nos entregaron algunas provisiones que habían traído de sus casas, junto con unas cobijas. Alrededor de las seis de la tarde, el gobierno de México anunció oficialmente que brindaba protección a Gabriela, mientras la televisión mostraba nuevamente sus rostros como culpables de la desestabilización. Nos percatamos que la batería de nuestros celulares estaba por colapsar cuando terminábamos la llamada a la familia contando lo que pasó en el día y pidiéndoles que estén tranquilos, ya estábamos en puerto seguro. El último mensaje de Gabriela fue a su amiga Giss Garzón para pedirle sacar el comunicado que explicaba las razones del ingreso a la Embajada.

Incomunicados, la primera noche en la Embajada no logramos dormir, al ruido incesante del cacerolazo, que desafió el toque de queda, se sumaron las bocinas de los carros que pasaban pitando como cuando gana la selección. La única ventana abierta era la del baño, por donde intenté llamar la atención del guardia del edificio de al frente para tener alguna información, pero la bulla hizo que no me escuche, la desesperación aumentaba. Permanecimos incomunicados día y medio, con la incertidumbre de no saber que pasaba fuera de las paredes de la Embajada, preocupados por los hijos, la familia y la situación del país.

A los dos días, en circunstancias parecidas, perseguidos por el gobierno y acorralados, cinco compañeros más ingresaron a la Embajada. A Soledad, Edwin, Carlos, Tania y Luis Fernando, los recibimos como se recibe a los camaradas de lucha y, desde ese momento, compañeros de exilio. 

Desde la dictadura chilena, han pasado 37 años para que México conceda nuevamente asilo político, esta vez a siete ecuatorianos. El espacio que nos adecuaron fue el Centro Cultural, bonito y suficiente. Pasaban los días y aumentaba el número de muertos y desaparecidos, las cárceles saturadas de manifestantes, un país en caos y lo peor, cuando el gobierno estaba a punto de caer, algunos dirigentes indígenas en complicidad con los medios de comunicación, las cámaras de comercio y el ex alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, le salvaron a Moreno del desplome. 

Nuestra casa fue allanada el lunes 14 de octubre por orden de una jueza cuyo nombre no recuerdo. Entraron de forma aparatosa a las cinco y media de la mañana despertando a los vecinos, la fiscal encargada del allanamiento con 25 policías del GIR y el GOE. Todo lo hicieron frente a nuestros hijos y mi suegra, desbarataron la casa dizque buscando pruebas contundentes para demostrar que éramos terroristas y desestabilizadores. Entre otras cosas, se llevaron cuadros, libros y afiches que a ellos les parecieron subversivos, álbumes de fotos y nuestros documentos de identidad, con esto el gobierno nos dejaba indocumentados, incluyendo los pasaportes de mis hijos. Esa misma madrugada, Paola Pabón y Christian González fueron apresados y sus casas allanadas; Virgilio Hernández, que había sido involucrado en la misma causa, buscó un lugar seguro, aunque un mes después, por decisión propia, se presentó ante el juzgado, siendo apresado de manera inmediata. 

En el espacio del Centro Cultural de la Embajada de México, readecuado para nosotros, con literas y una televisión, convivimos los siete compañeros asilados por el lapso de tres meses, saliendo a caminar las mañanas por un corredor largo que daba a un patio, leyendo novelas y artículos políticos, hablando con la militancia para que no decaiga, aprendiendo a hacer papalotes y catrinas, con ese calor humano y apoyo de nuestros hijos, familiares y amigos que los días de visita nunca faltaban.

Soy Luis Flores Ruales, y una “selfie” tomada en uno de los días del paro fue la causante de que aparezca involucrado con orden de prisión en el caso de “Rebelión”. Han pasado tres meses y seguimos en la Embajada. A Paulo y a Martín los vemos los días de visita.

Clase trabajadora en tiempos de pandemia

El 01 de mayo de 1886 en Chicago inició la huelga obrera que tenía el objetivo de conseguir las ocho horas como jornada laboral, los sindicalistas anarquistas que protagonizaron la huelga fueron ejecutados por el gobierno de los Estados Unidos precedido por Grover Cleveland. Tres años después, en 1889 en el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional celebrado en París, se declaró el 01 de mayo como el día de los “Mártires de Chicago”. Parto de estas fechas para hacer hincapié en la memoria histórica; ha pasado más de un siglo desde aquel entonces y los trabajadores del mundo siguen sin gozar a plenitud de sus derechos y frente a la actual crisis mundial donde se agudiza el problema del trabajo, es necesario, seguirnos convocando como lo hacemos cada año; no solo para conmemorar a la clase trabajadora, sino para debatir qué tipo de modelo social queremos.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) señala que “más de 195 millones de personas perderán su espacio laboral para el segundo trimestre del 2020 a causa de la crisis desatada por la pandemia de COVID-19 que desnudó las grandes falencias del capitalismo”. En América Latina y el Caribe, la contracción del empleo alcanzaría a 14 millones de trabajadores y trabajadoras, ésta sería la contracción más grande desde la Segunda Guerra Mundial, las medidas de cuarentena y aislamiento alcanzarían al 81% de la fuerza de trabajo a nivel global.

La recesión que está en curso, sin duda activa e incita las aspiraciones de los gobiernos neoliberales para revertir derechos humanos y, con el pretexto de la crisis, dar paso a nuevas formas de explotación laboral, como el teletrabajo, contrataciones intermitentes, privatización del conocimiento, medidas de flexibilización laboral, de achicamiento del Estado y de sostenimiento de un “status quo”, medidas que son altamente contraproducentes para la recuperación económica y el bienestar social. En Ecuador, el desempleo cerró en 4.9% en el 2019 según cifras oficiales, pero en lo que va del 2020 no tenemos medición, pues el INEC no publicará cifras en tiempos de pandemia; ha esto se suma el intervencionismo solapado del FMI que para algunos economistas mutó hacia el Keynesianismo, es decir, apuesta al aumento del gasto público para estimular la demanda agregada y de esta forma aumentar la producción y el empleo. Sin embargo, no hay que confundir la naturaleza de sus fines, seguramente se aprovechará de la crisis para que los sectores económicos dominantes acudan al estado para resolver los problemas generados por el capitalismo.

En el continente la disputa se profundiza de manera virulenta, no solo en el espacio político, también la disputa hegemónica tiene un trasfondo por la innovación tecnológica y las formas como se asumen las relaciones de producción entre el capital y el trabajo, así como el rol que asumen los estados y sus sistemas de gobierno. Por un lado, están quienes apoyan la tesis del libre mercado, promueven la producción transnacional, las privatizaciones de los sectores estratégicos y por ende el debilitamiento del aparato productivo nacional y por otro lado, están los países de tendencia progresista que apuestan al fortalecimiento de modelos de desarrollo basándose en  la distribución equitativa de la riqueza, atención sanitaria gratuita, educación pública, seguridad social, protección del empleo, extensión de pisos de protección social, es decir, anteponiendo al ser humano por sobre el capital.

En el último trimestre del 2019 en varios países del continente, se evidenciaron protestas masivas rechazando las medidas neoliberales del Fondo Monetario Internacional, la región enfrentaba una ola de despidos masivos, compresión y depresión económica que desató paralizaciones, huelgas y movilizaciones que puso a prueba a los gobiernos de turno, desatando una serie de violaciones de derechos humanos y una escalada de persecución política a opositores de los regímenes de derecha. Este factor no es menor cuando vemos que, ante el confinamiento, los gobiernos quieren concretar las agendas económicas antipopulares que en el 2019 no pudieron por el levantamiento social, medidas que están afectando a millones de ecuatorianos y a miles de trabajadores formales, cuando solo en nuestro país, hoy 01 de mayo 2020, 1.500 docentes pasan al desempleo. Si se suma a esto el despido intempestivo de empresas privadas y la corriente de despidos masivos del sector público que arrastramos desde el 2019, el 2020 tendrá un decrecimiento entre -1.8% a -4%, y 58% de informalidad laboral, cifra que la CEPAL vaticina para países con mayor contracción en el continente más desigual del planeta.

Para el Ecuador la situación es insostenible, pasamos de ser uno de los países con mejores indicadores de desarrollo, reconocido por organismos internacionales, a ser ejemplo de lo que no se debe hacer ante una crisis. Las redes sociales, medios internacionales y contados medios nacionales humanizan una realidad, mientras que, para el Gobierno de Moreno, la gente que muere en las calles son números fríos en fosas comunes y ataúdes de cartón. La banca sigue ganando mientras los trabajadores formales son despedidos sin garantía de derechos laborales, los trabajadores informales no pueden llevar alimento a sus hogares.

En 1886 los dirigentes sindicalistas fueron asesinados por defender el derecho de los trabajadores, en 2020 los dirigentes sindicalistas maniatados al poder de turno están ausentes, son parte de ese gran vacío de representación política que tenemos en el país.

Que este panorama sombrío, bajo medidas de confinamiento, no sea pretexto para bajar los brazos, al contrario, ahora es cuando debemos inspirarnos como sociedad en esa lucha histórica de los trabajadores de Chicago, en la lucha de quienes ahora están en primera línea poniendo sus vidas. La renovación de la dirigencia política sindical es tan necesaria como la consolidación de un Frente con representantes de sectores políticos, económicos y sociales del país que asuman el liderazgo y la gobernanza abandonada por el Gobierno de Moreno y sus acólitos. Un Frente que sea la transición al restablecimiento del orden democrático, que sea una alternativa viable para la protección de los trabajadores, estudiantes, campesinos, para la gente, para la Patria.  Quizá esto será la mejor manera de honrar este día histórico.

Aportes al debate interno

En los últimos años el mapa político latinoamericano cambió de forma radical en relación a la primera década del siglo XXI; aun con el triunfo de López Obrador en México y Alberto Fernández en Argentina, la hegemonía de gobiernos conservadores persiste. Algunos analistas políticos ya advirtieron que en el 2019 y 2020 va a existir mayor tensión ideológica y conflictividad social debido a la crisis económica y las próximas contiendas electorales. Es en este escenario que los partidos y dirigentes políticos debemos incentivar debates al interior de nuestras filas para lograr concesos conceptuales y estratégicos que permitan encontrar salidas reales y enfrentar la coyuntura actual.

En un movimiento político siempre existirán confrontaciones de carácter ideológico, la Revolución Ciudadana nace como un movimiento de alianzas, donde confluyen diversidad de pensamientos e identidades, esta heterogeneidad ha sido y será siempre saludable en toda organización que quiera trascender. La Revolución Ciudadana es eso, un movimiento donde se disputan ideas y constantemente se genera pensamiento político, lógicamente sin claudicar en principios, por eso nos diferenciamos de los partidos tradicionales que funcionan como empresas donde solo tienen que seguir una receta, la implantada por el modelo neoliberal, “la del modelo exitoso”, en otras palabras, de servirse de la política sin importar el daño que eso pueda causar a la sociedad en su conjunto.

Por esta razón, he sido escéptica de los políticos que convocan a no ser ni de aquí ni de allá, ni de izquierda ni de derecha, como dice la canción: “ni chicha ni limonada”. Más allá de la ambigüedad del discurso, es una postura ideológica que ha traído consecuencias a lo largo de la historia, a decir de Gramsci: “La realidad está definida con palabras. El que controla las palabras controla la realidad”. En Latinoamérica esa alocución llevó a Macri a la presidencia de Argentina, a Bukele de El Salvador, a Trump de Estados Unidos, y debo admitir que también fue utilizado por Moreno aun siendo parte del Gobierno de Correa. Los “simpáticos” que no es lo mismo que carismáticos, dan pie a la restitución del modelo capitalista de desarrollo, que en la actualidad es la esencia de las nuevas dictaduras implementadas en la región con sesgo fascista, por eso no es un debate menor cuando la Patria está en juego, si seguimos bajo las reglas de la democracia liberal estamos expuestos a que las élites económicas o la oligarquía, que es su creadora, nos aparte cada vez más de la construcción de sociedades justas y que los cambios se alejen de la realidad de nuestros pueblos. Si buscamos una sociedad justa y equitativa, ambientalmente sostenible y radicalmente humana, construyamos un proceso de cambio de una democracia representativa a una democracia participativa, este debe ser el reto de las nuevas generaciones en la política.

La historia reciente nos ha dejado valiosos aprendizajes, no hemos tenido uno sino varios caballos de troya en toda región,  por eso es importante la claridad política de nuestros cuadros y de la militancia, para no dejarse confundir con discursos que vacían a la política de contenidos reales, ahí entra la formación como un espejo de lo que somos, no me refiero únicamente a la formación académica, me refiero también a la formación de vida, la que vas construyendo desde y con la militancia, al conocimiento y reconocimiento del territorio, sus riquezas y sus necesidades, eso da visión y trascendencia. Si no sabemos de dónde venimos difícilmente sabremos hacia dónde vamos.

He dado vueltas sobre la construcción del Frente de Organizaciones Sociales y políticas, en eso no tenemos discusión, debemos ir a la construcción de ese espacio, no por conveniencia electoral sino por consolidar una agenda programática que permita la recuperación del proyecto nacional y popular que empezamos a construir en el 2006 con el liderazgo de Rafael Correa y que debemos retomar hasta lograr un verdadero cambio estructural del sistema dominante. Entonces, ¿cómo se construye el frente y con quiénes? Es aquí, donde nace la necesidad urgente de abrir espacios y acuerdos, esto no significa mezclarnos solo para ganar elecciones, eso sería corromperse cayendo en la fetichización del poder. Las elecciones son un instrumento que le permitirá al pueblo retomar las riendas, pero esto no será posible con cuadros que miran sus propios intereses, por eso la unidad exige liderazgos que permitan ganar elecciones y también sostener procesos a mediano y largo plazo.

¿Difícil? No lo creo, pero sí necesitamos de una profunda madurez política y de una visión a futuro. Un frente se conforma con la suma de varias organizaciones que mantienen su propia identidad y similares objetivos. Nos juntamos pero no nos mezclamos. Un frente es una sumatoria de identidades políticas, entonces ¿qué identidad tenemos los de la Revolución Ciudadana? En estos 12 años construimos una organización política de izquierda progresista, que asumió la enorme tarea de levantar a un país en ruinas, hicimos tanto que también cometimos errores que reconocemos y algunos de ellos se convierten en deudas por saldar en el siguiente período de transformación. En ese progresismo nos identificamos con otras organizaciones en la búsqueda de la sociedad del Buen Vivir; sabemos quienes se sitúan a la derecha porque defienden la profundización del modelo capitalista. Lo que para algunos no queda claro es quienes son los del centro, y tampoco es muy difícil, hay que identificarlos con la postura social demócrata, es decir, los reformistas del sistema vigente. Vale recalcar que no todas las reformas son revolucionarias, pero si toda revolución es transformadora.

El llamado a la construcción del frente es para las organizaciones que se sitúan desde la izquierda hasta el centro, teniendo claridad de las intenciones de los actores políticos con quienes nos sentamos en la misma mesa. Con más razón, quienes militamos en la Revolución Ciudadana debemos afianzar nuestro pensamiento ideológico político, sino terminaremos fundidos en la unicidad del oportunismo y el status quo. Cuidado, no hablo de radicalismos absurdos pegados a lo ortodoxo de los viejos tiempos, las revoluciones significan cambios y entender al mundo en sus distintas disputas globales, cambiar la forma, pero no el contenido que requieren las trasformaciones profundas.

Los principios éticos dan marco de referencia para la toma de decisiones, ergo el contenido de una agenda programática debe ser real; es lo que nos motiva a seguir militando en la RC, la construcción del socialismo del Buen Vivir, de las sociedades de justicia y equidad, la redistribución de la riqueza, la democratización de los medios de producción, la defensa de nuestra soberanía, el Estado Plurinacional, la defensa del Estado garantista de derechos y el cambio de la matriz cultural.

Si coincidimos en estos preceptos básicos, entonces caminamos en la misma orilla. No tenemos porqué tener miedo a identificarnos, a decir y a mostrar lo que somos con orgullo de lo que hemos construido, para regresar y ser mejores, porque bien sabemos que “la indiferencia es el peso muerto de la historia”.

Estas semanas desde el exilio, he conversado con militantes, dirigentes de algunas provincias, amigos que no militan pero con los que coincidimos en principios políticos; sabemos que estamos en un momento complejo, tenemos diferencias internas sí, pero apostamos a una nueva victoria, una victoria no solo de la Revolución Ciudadana, sino de un pueblo que ganó en dignidad, en soberanía y en conciencia. Tenemos mucho por hacer, no perdamos tiempo en superficialidades, salgamos a la calle, a la plaza, al barrio, hablemos con la gente y organicemos una fuerza imparable capaz de derrotar la desidia, el dolor y la desesperanza. Vamos entre todas y todos a #RecuperarLaPatria.

Elecciones seccionales, el día después

Cuando decidimos participar en las elecciones seccionales del 2019, después de la ruptura con el gobierno y convertirnos en la única fuerza política de oposición y en la más organizada a nivel nacional, el régimen de Moreno junto a sus aliados políticos y mediáticos, armaron una estrategia sistemática de ataques y persecución política sin precedentes en la historia de nuestro país hacia todo lo que formase parte de la Revolución Ciudadana. A estas acciones discursivamente lo llamaron “descorreizar el Estado”.

Ese sector, que en diez años y 14 procesos electorales fue abatido en las urnas cuando se enfrentó a la Revolución Ciudadana, encontró la coyuntura perfecta para sacar a flote su odio de clase, al mismo tiempo y como pretexto de un diálogo nacional, la administración de Moreno empezó a cogobernar con la partidocracia, así, Social Cristianos, MPD, PK, PRE (FE),  todos montados en la misma camioneta, todos vociferando el mismo discurso, unos recibiendo migajas, otros tajadas más grandes, pero todos empeñados en hacer de la política nacional una auténtica y vergonzosa cloaca de intereses particulares y de patéticos shows mediáticos, cumpliendo al pie de la letra una agenda totalmente contraria al plan de gobierno que ganó en las urnas.

Un vicepresidente preso político, exfuncionarios perseguidos y amedrentados con la Contraloría y Fiscalía, una Asamblea Nacional con mayorías móviles dando “papaya” todas las semanas, reconocida más por sus griteríos que por sus leyes, escándalos tras escándalos, unos muy bien provocados para tapar los vacíos de un gobierno sin rumbo, que ni sus más allegados saben a dónde nos lleva, bueno, en realidad si se sabe, nos están llevando al viejo país, a ese del reparto y entreguismo. Los Social Cristianos cooptaron algunos ministerios (especialmente de los sectores estratégicos), también pusieron su gente en la Contraloría, Fiscalía, Consejo de la Judicatura, Consejo Nacional Electoral, Corte Constitucional, entre otras instituciones del Estado. Estas designaciones ilegítimas e inconstitucionales, auspiciadas por un Consejo de Participación Ciudadana y Control Social transitorio, presidido por Julio César Trujillo, el célebre protagonista de la aprobación de la transitoria 42 en la Constituyente del 98 con la que se preparó el camino para la entrega de fondos públicos a la banca privada y, parte de “la aplanadora” en el Congreso del 99, conformada por Jaime Nebot y su bancada Social Cristiana más los Asambleístas de la Democracia Popular que aprobaron la Ley de Agencia de Garantía de Depósitos que provocó en 1999 la más grande y recordada crisis del sistema financiero nacional y, con ello, el aniquilamiento de miles de familias que lo perdieron todo de la noche a la mañana.

Estos son los del tongo, los que quitan becas para estudiantes, quienes eliminan bonos de desarrollo humano a personas de la tercera edad, con discapacidad, madres solteras; ese tongo que bajó el presupuesto para la salud y la educación, mermando el derecho fundamental de todos, que despide a miles y miles de funcionarios, que subió el costo de los combustibles, que privatiza las empresas públicas más rentables de nuestro país y con ello, la esperanza de la gente. Ese tongo que da las espaldas a la integración regional porque su principal interés es mantener sus negocios a salvo, cumpliendo a cabalidad las recetas del FMI. Sí, ese tongo, que ahora se muestra todo “light”, creyendose con la potestad de dar cátedra de trasparencia y que recorren el país hablando de derechos humanos. ¡Que tal! ¿Alguien les cree? así como las farmacéuticas que te enferman y te venden la receta para mantener su negocio, esta gente junto al gobierno es la única responsable de la crisis y quieren aparecer con la receta salvadora. En el mismo círculo morenista se dice que Nebot sería el próximo candidato a la Presidencia, representando a estos mismos sectores, para dar continuidad y fortalecer las políticas neoliberales.

Sin duda alguna, regresamos a la política de los “business” de los años 80s.

Frente a este caótico panorama, el proceso de Revolución Ciudadana que para muchos agonizaba, siempre se mantuvo a flote. Quienes nos quedamos en este lado de la orilla, en el lado que históricamente nos corresponde por coherencia con lo que siempre pensamos, hacemos y decimos, jamás perdimos el horizonte y con todas las adversidades supimos enfrentar esta nueva campaña, salimos a caminar por cada rincón de nuestra patria inspirados en las luchas sociales y populares de décadas, orgullosos de lo que hicimos durante 10 años de gobierno liderado por Rafael Correa, salimos a pedir el voto y a convocar a una reestructuración nacional de una fuerza popular, que ahora es más necesaria que nunca.

¡Cómo no sentirnos ganadores! Si a pesar de la proscripción política impuesta por el CNE por bloquear nuestro legítimo derecho de participación política, logramos inscribir nuestras candidaturas, no en todo el país, pero contaremos con representantes locales de la Revolución Ciudadana, sean las que sean, en este punto ya ganamos, así como ahora, tener un partido político que nos ha permitido re organizarnos con agilidad y rapidez, y con el que nos presentaremos en las siguientes disputas electorales.

Ganamos porque seguimos siendo la fuerza política más importante e influyente del país, cada día se va sumando más gente y organizaciones, ganamos porque al recorrer provincias y cantones, encontramos nuevas estructuras organizativas que levantan al movimiento, que visibilizan nuevos cuadros políticos y liderazgos locales, ganamos porque nuestra campaña fue de alegría y de propuestas a la altura de lo que se merece el pueblo ecuatoriano, ganamos porque otros movimientos provinciales y locales también nos abrieron la puerta para que participen nuestros cuadros políticos, ganamos porque a pesar del bloqueo mediático, el gobierno tiene que dedicar cadenas nacionales a contrarrestar el peso de las denuncias que hacemos en cuanto a la corrupción del gobierno de Moreno; o cuando los Secretarios de Estado tienen que obligadamente sacar comunicados u obligar a sus funcionarios a que se articulen en redes sociales para atacar a Rafael Correa. La Revolución Ciudadana sigue marcando la agenda política nacional.

Ganamos, cuando Trujillo quiere anular elecciones populares de los miembros del CPCCS por miedo, pánico, a que ganen en las urnas personas decentes que lo fiscalicen y denuncien las atrocidades cometidas por él y sus compinches en contra el Estado de Derecho.

Entiéndase, cuando digo ganamos, no lo digo solo como un análisis de cifras objetivas que muestran la mayoría de encuestadoras serias del Ecuador, si hoy fueran elecciones presidenciales, Correa nuevamente sería Presidente. La Revolución Ciudadana está en crecimiento permanente, por eso, las arremetidas son más grandes y el miedo de los transitorios es más profundo. Gracias a toda la ciudadanía por recibirnos en sus casas, gracias por escuchar nuestras propuestas, esperamos que el Ecuador retome el rumbo de vivir en una verdadera democracia, de respeto a la vida y a los DDHH, al Ecuador del Buen Vivir. ¡La Recuperación de la Patria continúa!

Queridos militantes, queridos y queridas ciudadanas. Cuando digo ganamos, no lo digo con vanidad o ínfulas triunfalistas, lo digo con absoluta certeza y dignidad.

Presentación del Proyecto de Ley de Empresas Transnacionales y sus Cadenas de Suministro con respecto a los Derechos Humanos

El presente proyecto de Ley, inspirado en la Campaña Global para Reivindicar la Soberanía de los Pueblos, Desmantelar el Poder de las Transnacionales y Poner Fin a la Impunidad, consiste en el poder de los Estados de regular las actividades de las empresas transnacionales con respecto a los Derechos Humanos. Basa su contenido en un proceso amplio de colaboración entre comunidades afectadas, movimientos sociales, organizaciones de la sociedad civil y los aportes realizados de la Campaña Global y los Grupos de Trabajo de las Naciones Unidas. Todos esos aportes fueron impulsados en el seno de las Naciones Unidas por la República del Ecuador, especialmente en el año 2014.

 

La importancia del Proyecto radica en tiempos de globalización hay una discusión que recupera vigencia: ¿hay otros sujetos del derecho internacional, además de los Estados, como las empresas transnacionales, a los que se les puede exigir el respeto a los derechos humanos? Esto se debe a que existen empresas transnacionales que ostentan mayor poder y capacidad de influenciar en decisiones gubernamentales y de gobernanza global, que algunos Estados.

 

Esto ocurre debido a que las propias empresas transnacionales presionan directamente a las autoridades de los países en los que desarrollan sus actividades para favorecer sus inversiones, aprovechando muchas veces de condiciones de inequidad entre pequeños y medianos Estados y la capacidad de lobby de esas empresas. Debido a que el poder de las empresas transnacionales es mayor mientras más grande es la debilidad institucional de los Estados se pretende mediante el presente marco regulatorio propiciar el respeto al Estado y a sus instituciones por sobre el poderío económico y de presión ejercido por las empresas transnacionales, en beneficio del pleno goce y ejercicio de los derechos humanos.

 

Un caso paradigmático que evidencia los mecanismos de presión y la serie de factores de poder que desarrollan las transnacionales contra los Estados y sus ciudadanos, constituye el conflicto de la empresa Chevron-Texaco contra los pobladores ecuatorianos afectados por la explotación petrolera. La transnacional es responsable de la contaminación de 2 millones de hectáreas en la Amazonía ecuatoriana.

 

Mientras los Estados nacionales tienen la responsabilidad primordial de respetar, proteger y garantizar los Derechos Humanos, asegurar que se cumplan y hacerlos respetar por terceros, las Empresas Transnacionales deben tener la responsabilidad y obligación de respetar y proteger los Derechos Humanos, debido a que, como observamos, suelen gozar de mayor poderío que los Estados pequeños. No obstante, son los Estados nacionales los garantes de que las Empresas Transnacionales cumplan con sus obligaciones.

 

La globalización de la economía ha facilitado el crecimiento y movilidad de las Empresas Transnacionales generando, como consecuencia, enormes asimetrías de poder entre Estados, comunidades afectadas, y personas, en términos de acceso a la justicia y protección de los derechos de los pueblos y personas.

 

Por ello, este proyecto regula obligaciones para las empresas transnacionales que invierten en el país, y exigen que conformen un fondo de garantías para respaldar posibles vulneraciones en materias de derechos humanos, exige el cumplimiento de sentencias de jurisdicción nacional y extranjera en materia de derechos humanos, y el desconocimiento de sentencias de jurisdicciones extranjeras en materia económica o mercantil que vulneren derechos humanos. Además, exige a estas empresas responsabilidad en materia ambiental y laboral.

Proyecto de ley completo: Proyecto de Ley de Empresas Transnacionales y sus Cadenas de Suministro con respecto a los Derechos Humanos

 

¡No me arrepiento de condecorar a Cristina!

La Legislatura que tuve el honor de presidir por dos periodos consecutivos, la que condecoró a Cristina, era la Asamblea de un Ecuador que tenía proyecto nacional, que defendía la soberanía y trabajaba por la integración regional. El Parlamento de un país que no tenía, ni necesitaba, ni quería, bajo ningún concepto tropas extranjeras en su territorio. ¡Qué diferente era ese Ecuador de derechos, ese Ecuador que tenía los indicadores más altos reducción de la inequidad, el que sacó dos millones de ecuatorianos de la pobreza, que afilió a las amas de casa, que eliminó la tercerización, que cobró impuestos a los grandes evasores fiscales, que defendió la movilidad humana como derecho universal, que propuso al mundo el cierre de paraísos fiscales, que dignificó la vida de toda una Patria, así como lo hicieron Néstor y Cristina en Argentina.

 

Qué triste resulta hoy la comparación de esos gobiernos dignos con la Argentina de Macri o el Ecuador de Moreno; sin liderazgo, sin proyecto, a la deriva. Entregados de pies y manos a la partidocracia y al gobierno norteamericano; a los transitorios y encargados, los ungidos por la élite política para regresarnos a la era  de los “poderosos”.

 

Somos parte del Ecuador que dio asilo a Assange, perseguido por las grandes potencias occidentales, mientras los que gobiernan ahora se hacen los desentendidos para entregar esa causa democrática mundial y a su emblema en manos de los poderosos.

 

Somos el Ecuador que condecoró a grandes de la historia ecuatoriana y mundial, entre ellos tuve el altísimo honor de condecorar a Michelle Bachelet y a Cristina Fernández como las dos presidentes mujeres que asumieron el liderazgo de sus países en la década del fortalecimiento de la democracia en la región, que junto a los mandatarios progresistas se jugaron por la CELAC, el ALBA, el MERCOSUR, por la UNASUR desafiando la geopolítica tradicional. Qué contraste tan grande con el tiempo de la mezquindad y el revanchismo que vivimos hoy.

 

Por eso, NO ME ARREPIENTO, como dice Cristina, no me arrepiento de haber sido parte de un proyecto destinado a reparar la dignidad de la gente, un proyecto de país pensado y sentido para y desde el pueblo humilde y las clases medias.

 

En política, nos definen las alianzas que hacemos, los sectores que promovemos y favorecemos, nos define también a quiénes reconocemos y condecoramos y por qué lo hacemos. Todo eso nos define, a nosotros y a quienes hoy aprovechan la coyuntura para ganar protagonismo y atacar los símbolos de una era que temen que regrese. Porque no quieren perder sus privilegios. Pero volveremos, se los aseguro. La Patria volverá, la justicia social volverá, la soberanía y la democracia sin proscripciones, volverán.

 

Lo que estamos presenciando y lo que están sufriendo los pueblos de toda la región, los pueblos de nuestra Patria Grande, es una agresiva contrarrevolución que se ha propuesto barrer con las conquistas de la década de gobiernos populares y progresistas. Eso lo conversé con Cristina el 26 de septiembre del 2016 cuando recibía la condecoración “Manuela Sáenz”. Nosotros y nosotras somos lo de menos aquí, los pueblos están bajo ataque: un ataque concertado, de dimensiones continentales, una revancha de las élites que denunciamos hace rato, cuando recién comenzaba a fraguarse la restauración conservadora. Atacan de manera especial a las figuras que encabezaron los procesos de cambio más consistentes, más audaces y con mayor respaldo popular de la historia reciente. Todo ello, mientras llevan adelante una brutal, agresiva concentración de la riqueza en pocas manos, de quienes menos tienen a los que más tienen. No perdonan a Cristina, como no perdonan a Lula ni a Rafael, el haber osado gobernar para esas grandes mayorías, por eso no para la persecución, inventan una y otra artimaña jurídica, van meses sin poder demostrar nada en su contra, ese es, el fascismo de los de turno. Eso es lo que busca la derecha regional, para regresar campantes a gobernar. Qué se puede esperar de los amigos de Pinochet, de los promotores del consenso de Washington, de los herederos de León Febres Cordero, del formato del FMI, de los enemigos de la Unidad Latinoamericana. Claro que anticipábamos una reacción revanchista de esta clase, y que decepcionante ver en esa corriente a los tibios y timoratos, a los sin convicción, a los que calculan y guardan silencio, a los oportunistas arrastrados a los pies de la derecha restauradora, a los parlamentarios que retiran la mirada frente a las inconstitucionalidades, que sentencian políticamente a falta de sentencias judiciales. Ahí están los que andan por la vida y la política buscando el favor de la prensa, especulando con lo que conviene decir para agradar a los dueños de la opinión y a los factores de poder.

 

Yo estoy en la vereda de enfrente de esa gente. Orgullosa de haber condecorado a una grande de América como Cristina, a la que respaldamos frente a los atropellos y vulneración de sus derechos, a la que abrazamos fuerte desde la mitad del mundo. Orgullosa de haber abrazado y compartido con Lula grandes episodios de nuestra historia; orgullosa de haber sido parte de la década del pueblo junto con Rafael. Orgullosa hoy, de ser parte de los que resisten, de los leales y coherentes con la historia y sus procesos, orgullosa de ser parte de la proyección de una Revolución que triunfará y volverá.

 

¡Fuerza Cristina, fuerza Lula, fuerza Rafael!

 

Restauración cuántica

El clima de la época que vivimos desde hace 13 meses, es el de un progresivo regreso a la “normalidad democrática”, enaltecida por una prensa cooptada por los factores tradicionales de poder. El viejo país brinca por el giro cuántico y celebra prematuramente el “fin del correísmo”. Como reza la conocida expresión: “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”. Todo esto de la mano de una élite octogenaria que busca restablecer la sociedad del «buen nombre» en lugar de aquella donde prevalecían las capacidades y los méritos.

Los últimos movimientos “judiciales” del aparato restaurador contra el ex presidente han superado todos los límites de lo imaginable, a punto tal que comienzan a aflorar dudas entre algunos de sus propios voceros, que se preguntan si no se ha ido demasiado lejos en el afán revanchista, descuidando formalidades y procedimientos.

Al mismo tiempo, movimientos políticos y personalidades del mundo entero han expresado de la manera más enfática su respaldo y solidaridad con Rafael Correa, lo hicieron también frente a otra evidente persecución política disfrazada de procedimiento judicial que enfrenta Lula en Brasil, y que en estos momentos se encuentra secuestrado por la Policía Federal en incumplimiento de la orden judicial que dispone su liberación.

¿Queda entonces, alguna duda de que lo que realmente está bajo secuestro es la democracia?

Sería ingenuo no ver la dimensión geopolítica en la avanzada del llamado Lawfare, esto es, la instrumentalización del aparato judicial para la consecución de objetivos políticos. Lo que está en marcha en toda la región es una auténtica contrarrevolución en todos los órdenes: político, económico, social, cultural.

La historia nos demuestra que allí donde movimientos políticos y líderes de gran respaldo popular lograron conculcar privilegios para expandir derechos, e incluso sin abolirlos completamente éstos resultaron limitados, una vez que tuvieron la oportunidad el odio y la revancha de los poderosos resultaron implacables. La sed de venganza de los dueños tradicionales del poder político y económico no conoce de límites. El único límite que puede frenarlos en sus ambiciones, la única barrera a la restauración en curso, pasa por la recomposición del polo popular y progresista.

Enfrentamos una contrarrevolución continental profundamente antidemocrática, que se asienta en los distintos escenarios nacionales en un mismo trípode: un aparato judicial cooptado para fines políticos, un poder económico que se expresa a través de sus cámaras y representantes más insignes y, una prensa concentrada al unísono, dedicada a blindar a los presidentes de su agrado y concertar un verdadero cerco mediático en torno a todo aquello que pone en entredicho la marcha de sus planes.

Sabemos que la democracia, incluso en su dimensión más formal, ha sido muchas veces aceptada a regañadientes y con dificultad por los factores de poder. A lo que históricamente han aspirado esos segmentos privilegiados de nuestras sociedades, es a una “democracia a medida”, que se ajuste a sus pretensiones. Cada vez que ese molde fue rebasado y puesto en cuestión por proyectos y liderazgos populares de carácter progresista, esas fuerzas se pusieron primero en guardia, luego al acecho y finalmente en pie de guerra. Esta ha sido y sigue siendo la marca de la disputa política fundamental que recorre nuestros países, con periodos de expansión de los horizontes democráticos y etapas de retroceso.

En nuestro país esa contrarrevolución, que comenzó solapada en banderas de continuidad con el programa votado en las urnas, con invocaciones cuánticas al “espíritu de Montecristi” para plantear “matices”, hace rato que se muestra sin rumbo y como caricatura del más rabioso anticorreísmo, sentimiento que parece ser la única pasión que anima al régimen.

Moreno es apenas la delgada membrana de la contrarrevolución. Quienes dirigen las operaciones se valen de su figura insípida, de su palabra insustancial para avanzar todo lo que puedan en su agenda: ajuste neoliberal, realineamiento estratégico con los intereses del gobierno de Estados Unidos, destruir el sueño de unidad regional y la Patria Grande, devolver el poder a las oligarquías. En síntesis: destruir lo que despectivamente llaman “correísmo”.

Esos intereses saben que existen dos obstáculos para la consumación de sus objetivos antidemocráticos, dos límites a su obra destructiva y restauradora: la memoria de la Revolución Ciudadana y el capital político con el que cuenta. Saben que si no golpean ahora, se van a enfrentar cada día que pase con un referente más grande, más abarcativo. En torno a Rafael Correa y un renovado proyecto político popular y progresista, van a confluir si hacemos las cosas bien, las aspiraciones del conjunto más vasto de las ecuatorianas y los ecuatorianos.

Está claro que la persecución que enfrentamos no es judicial, es política. Y como todo problema político su solución también es política. Ellos quieren una pseudodemocracia donde las mayorías estén proscriptas. Frente a ello, nuestra tarea es trabajar para volver a ser vértice de un movimiento amplio y ciudadano, que le devuelva la democracia al pueblo. Ellos sueñan con un Ecuador para minorías, sin Revolución Ciudadana que les quite el sueño. Nuestro desafío es recrear un movimiento progresista lo más amplio posible, capaz de construir una nueva victoria popular y plantear al pueblo ecuatoriano un rumbo de dignidad, soberanía y justicia social.

Vamos a enfrentar en las calles, en los barrios, desde los movimientos sociales este remedo de democracia que nos imponen los de siempre. Vamos a resistir a las políticas antipopulares y antinacionales. ¡Democracia a la medida de las élites no es democracia! ¡Democracia sin la principal fuerza política del país, no es democracia! ¡La Revolución Ciudadana está en las calles, en la memoria y en el corazón de las mayorías populares! ¡Volveremos!

El año de la simulación y la impostura.

El jueves pasado el presidente Lenín Moreno en su Informe a la Nación exhibió, una vez más, la gastada fórmula con la que viene gestionando discursivamente su penosa gestión política y de gobierno. A un conjunto de frases hechas, con las que busca aparecer ante la opinión pública como un hombre bueno, incontaminado por la política -a la que describió “fea” como una suegra-, Moreno suma el acostumbrado repertorio de hits anticorreístas que robó oportunamente a la más recalcitrante oposición “bandera negra”, para satisfacción de sus nuevas bases sociales: las cámaras empresariales, la prensa monopólica y la vieja partidocracia.

Entretanto, asistimos a un año de desgobierno que, como lo dice el analista David Chávez, más que conducirnos al poscorreísmo parece empeñado en retrotraernos al precorreísmo: un país sometido a los caprichos de sus clases dirigentes, con políticos de papel que responden a intereses inconfesables y con instituciones rendidas a los poderes fácticos; un país que vuelve a subordinarse a la potencia imperial, en gestos y políticas, echando por tierra uno de los mejores legados de la geopolítica regional del campo progresista.

Sorprende, sin embargo, el aire despreocupado con el que Moreno bromea en su discurso con aquello de que “a los políticos y a los pañales hay que cambiarlos con frecuencia y por la misma razón”, en un país que precisamente había superado en diez años de Revolución Ciudadana una crónica inestabilidad política cuyas consecuencias más graves tuvieron que sufrir los sectores más empobrecidos de la sociedad.

Pero -ya lo sabemos- la única pasión que verdaderamente anima a su gobierno es la demolición del legado de la Revolución Ciudadana. Lo demás, la cháchara de pretensiones filosóficas de Moreno, está allí de relleno, y aunque ni sus aliados lo tomen muy en serio, ellos creen que -por ahora- su figura bonachona, de apariencia inofensiva, les es útil para volver simpática su empresa: la restauración del viejo país.

Si nos remontamos un año atrás, cuesta creer que la victoria, en febrero y abril de 2017, del candidato que prometía tomar el relevo y conducir una segunda etapa de la Revolución Ciudadana, acabara conduciéndonos a esta situación penosa en que actualmente nos encontramos como país.

Es triste y en ello, naturalmente, nos toca asumir una cuota de responsabilidad. Parafraseando a Roosevelt, o a Kissinger, según a quién se atribuya la frase original («Somoza may be a son of a bitch, but he’s our son of a bitch) nosotros podríamos afirmar que Moreno resultó ser un vendehúmo, “pero nuestro vendehúmo”. Lastimosamente, nuestra organización política no supo o no pudo ser lo suficientemente robusta como para postular otro liderazgo a la altura de los desafíos que entrañaba el relevo, y de ese modo evitar el giro conservador que se gestaba en torno del candidato o, al menos sostener un contrapeso más efectivo frente al mismo.

Como todo vendedor de humo, a Moreno la falsa modestia le brota por los poros y en cada uno de sus clichés. Y luego, tras rociar a su audiencia con las típicas frases anestésicas que lo caracterizan, apunta y dispara al corazón del proyecto político por el cual se postuló a la presidencia de la República.

Es de no creer, pero Moreno habla de la Revolución Ciudadana como sólo lo haría el peor de sus enemigos, como si la década pasada representara la peor experiencia política de la historia contemporánea nacional. Cualquiera que lo escuchase sin saber mucho de esa historia reciente creería que los ecuatorianos acabamos de salir de una guerra, que la Revolución Ciudadana dejó un país devastado, en ruinas.

¿Cómo no indignarse al escuchar de su boca palabras cuidadosamente escogidas para denigrar al proyecto político que lo postuló a la presidencia, palabras y frases hechas -todas, absolutamente todas- copiadas del guión de la más recalcitrante oposición anticorreísta?

A Moreno no le basta con haber roto con la Revolución Ciudadana, traicionando su programa y sus banderas. Necesita actuarlo y sobreactuarlo diariamente, como si eso fuera lo único que tiene para ofrecer al país. De hecho, esa parece ser la triste realidad de su gobierno y es así como lo valora la prensa anticorreísta, esa que se disfraza de “prensa independiente”: El principal logro de Moreno es, para esa prensa hegemónica, haber desplazado al correísmo de la conducción del país y haberse lanzado a la tarea de atacar y destruir el legado de la Revolución Ciudadana.

El año que ha pasado ha sido el año de la simulación, el gobierno de las imposturas desplegadas sin ningún pudor, la democracia herida, la voluntad popular burlada, el año del asedio y desmantelamiento de la institucionalidad democrática, de la arbitrariedad al servicio de los factores tradicionales de poder, que vuelven a gobernar sin que nadie los haya votado. Ha sido el año de la judicialización de la política al servicio de una persecución disfrazada de “cirugía anticorrupción”.

Y, aunque duela, hay que decirlo: ha sido también el año del cinismo y el oportunismo sin medida de muchos que se presentaban como “ala izquierda” de la Revolución Ciudadana y que, aún a sabiendas del carácter profundamente regresivo del gobierno de Moreno, han preferido callar o, peor aún, encolumnarse abiertamente con el giro conservador a cambio de mantener parcelas de poder.

No solo en nuestro país, en toda América Latina la derecha -y el gobierno de Moreno revista de manera resuelta y sin pudor en esa corriente- hace alarde de una falsa vocación de diálogo, que en el fondo se reduce a devolverle a las corporaciones tradicionales el carácter de interlocutoras privilegiadas del gobierno y en algunos casos hasta les otorga directamente el manejo de los asuntos que les conciernen: la nueva designación de ministro de Economía y los anuncios en materia fiscal de Moreno así lo atestiguan.

En toda la región, no sólo en Ecuador, la derecha canta loas al fin de los antagonismos, pero esconde con esa fórmula su carácter de vehículo de un abierto revanchismo de parte de los actores históricamente dominantes de la política y la economía nacional. Por esa razón, no debería sorprendernos que en cada uno de sus mensajes Moreno recite las mismas expresiones a pedir de boca de aquel anticorreísmo bandera negra que salió a las calles con preciso instinto de clase para exigir la salida del gobierno del presidente más popular de la historia del Ecuador.

La orientación antipopular y en favor de las corporaciones del poder económico, los pactos con los principales exponentes del “anticorreísmo” y las intenciones del gobierno de Moreno de desmantelar la obra y el espíritu de la Revolución Ciudadana estuvieron claras a poco de iniciado el nuevo gobierno. Desde este mismo espacio, y en muchísimos otros, denuncié la impostura y la traición al proyecto ganador en las urnas.

Hoy, al cabo de un año, la figura de Moreno se ha encogido dramática y precipitadamente. Su pequeñez queda en evidencia especialmente en ocasiones como ésta, el primer aniversario de su gobierno, cuando el contraste entre el estadista y el motivador “descorreizador” de autoayuda es inevitable. Con un capital político propio cada vez más reducido y dependiente de su alianza con la derecha, con un gobierno no sólo capitulador sino además incompetente, su anuncio solemne de que no se propone ser “el mejor presidente de la historia”, además de reflejar la falsa modestia que lo caracteriza, suena a estas alturas ridículo.

La buena noticia, en medio de la decadencia que estamos viviendo, es que el movimiento político más importante de la historia reciente y del presente de nuestro país, el movimiento que acoge orgullosamente el legado de la Revolución Ciudadana, está reorganizándose en todo el territorio nacional, con la activa participación de sus bases y una ciudadanía activamente comprometida con nuestras banderas históricas de justicia social y soberanía, para relanzar un proyecto político de izquierda, popular y progresista que le permita al pueblo ecuatoriano recuperar las riendas de su destino.